Capítulo 27

10 3 0
                                    


—Marco. —fue todo lo que atisbé a decir cuando lo vi.

Tenía un aire taciturno, tan impropio de él, que hizo que la sangre se me helara. Aquello iba a ser mucho más complicado de lo que había aventurado inicialmente. No había ni rastro de su jovial sonrisa ni de sus ojitos achinados. Todo cuanto había era una mirada seria clavada en mí, perforándome lo más profundo del alma, haciéndome sentir salvajemente culpable por el mero hecho de presentarme allí.

—Llegué a preocuparme, ¿sabes? —dijo claramente enfadado—. Pensé que Casilda no se marcharía así, sin despedirse siquiera. Pero eso no fue lo peor, lo peor fue cuando volviste y ni siquiera me saludaste.

—Marco... —murmuré avergonzada.

—Me vas a gastar el nombre. —espetó él con frialdad.

—Escúchame.

—Tranquila, que sé lo que vas a decirme.

—¿El qué?

—Que lo sientes.

—Pero es cierto.

—No lo dudo. Has perdido un aliado importante, aunque los Evergrey traten de hacerte creer lo contrario.

—No es solo eso.

—¿Por qué, Casilda?

—Porque eres mi amigo.

—No es suficiente.

—Pero es la verdad.

—¿Por qué no me dijiste que te ibas?

—Porque no lo sabía, fue repentino.

—¿Y luego?

—Luego estaba avergonzada. —lo cual era parcialmente cierto.

—¿Estás enamorada de él? —me acusó.

Aquello me pilló completamente desprevenida.

—¿Eso qué tiene que ver? —contraataqué ofendida.

—¡Tiene todo que ver, Casilda! —me gritó.

—No es asunto tuyo. —le respondí furiosa.

—Pero sí lo es.

—¿Por qué? —exclamé.

—¿Por qué eres la única que no se da cuenta, Casilda? —inquirió con rabia.

—¿Cuenta de qué? —pregunté desconcertada.

El corazón me latía con fuerza mientras esperaba su respuesta. Ambos nos mirábamos intensamente, sin bajar ni un segundo la vista, en un extraño duelo que habíamos iniciado sin darnos cuenta. Y por primera vez, me di cuenta de una cosa: deseaba a Marco. Y él me deseaba a mí. Su mirada cálida me atravesaba el alma y yo disfrutaba con esa sensación.

Entonces nuestra pequeña batalla acabó. Bastó con una última mirada para que yo me rindiera. Una que decía mucho más que ninguna palabra que pudiera haber pronunciado. Yo, al menos, lo entendí a la perfección. Se me cortó la respiración justo antes de que me tomara por el cuello y me poseyera con sus labios.

Me atrapó con desesperación, como si llevara una vida esperando aquello, y yo me dejé llevar sin pensar en las consecuencias. Su pelo castaño revuelto me rogaba que lo agarrara, así que lo hice. Nos besamos una y otra vez, con ansias, hasta que él introdujo su lengua en mi boca, acariciando la mía, volviéndose un beso mucho más profundo. Sus manos me recorrían por completo, la nuca primero, luego sus dedos rozaron mi espalda, bajando delicadamente hasta el final de mi columna vertebral. Entonces se detuvo durante unos instantes en esa zona, para luego volver a subir hasta mi cintura y posarse en ella.

Estaba mal, fatal, lo que estábamos haciendo, pero no me importaba. En ese momento, solo Marco ocupaba mi mente. Yo me dejaba llevar.

Sin embargo, de repente, me di cuenta de que algo no andaba bien. Mi Forma, pensé, no había aparecido. ¿Por qué no? ¿Eso era bueno? ¿Significaba que había aprendido a controlarme?

Rompí el beso y miré a mi alrededor. Ya no estábamos en el Palacio de Cristal. Estábamos en el bosque donde solíamos entrenar Marco y yo. Pero, ¿cómo habíamos llegado hasta allí? ¿Y por qué no había aparecido la materia oscura?

Me bastó una mirada más a Marco para comprenderlo. Nada de aquello era real. Era una ilusión. Marco se dedicaba a crear eso, visiones, y yo había caído como una idiota. En un instante, todo a mi alrededor se desvaneció devolviéndome a la pequeña sala de estar donde Marco me había recibido.

Él seguía de pie frente a mí, observándome con sus bonitos ojos, como si nada hubiera ocurrido. Pero él lo había visto, ambos lo habíamos hecho, lo que habría pasado de haber surgido la oportunidad.

—¿Por qué has hecho eso? —le pregunté.

—Parece que te ha gustado.

—Eres un cobarde.

—Y tú una insensata, Casilda. ¿Qué habría pasado si todo Soulhaven nos hubiera visto besarnos?

Yulian, pensé. Yulian se habría enterado.

—Yo no te habría besado nunca y lo sabes. Por eso has creado esa estúpida visión. —dije enfadada, más conmigo misma que con él.

—Yo solo he quitado de en medio las distracciones, tú seguías siendo tú.

—No vuelvas a hacer algo así nunca.

—¿Así que es cierto?

—¿El qué?

—Lo que ya te dije en su día. Tú y Yulian Evergrey tenéis algo.

—Nada que sea de tu incumbencia.

—¿A qué has venido, Casilda?

—Ya no importa.

—¿Te vas a hacer la indignada por una bromita de nada?

—Eso no es una broma para mí.

—Pues deberías tomártelo así. Si no, las cosas se complicarían demasiado. —lo decía con una sonrisa, pero había un halo de tristeza en su rostro.

—No te entiendo, Marco. —dije resignada.

Lo cual era realmente cierto. No comprendía nada de lo que acababa de ocurrir. ¿Por qué mostrarme esa visión para luego decir que no era más que una burda broma? ¿Por qué indignarse ante la idea de que estuviera enamorada de Yulian, si luego para él no era más que un chiste? ¿Por qué se había vuelto tan cruel, de repente, mi amigo?

Me disponía a marcharme lejos de esa bochornosa escena cuando él me agarró del brazo.

—Espera. No te vayas. —dijo con un tono arrepentido.

—¿No me has humillado bastante por hoy, Marco? —respondí acongojada, mientras notaba cómo las lágrimas comenzaban a empañar mi vista.

Un nudo había comenzado a formarse en mi garganta después de descubrir su engaño, y este crecía a cada momento, haciéndome sentir más traicionada que nunca. Hasta que una frase hizo que todos mis sentimientos se cortaran de golpe.

—Sé lo que le pasó a tu madre.

El Laberinto de AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora