Capítulo 17

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Después del baile de debutantes todo cambió. Porque, aunque Yulian hubiera afirmado que no le preocupara lo de mi forma, conforme los días avanzaban veía como se iba frustrando más. Y yo también me agobiaba. No había más que pudiéramos hacer de lo que ya hacíamos. Practicábamos todos los días, para despertar una de las cuatro formas.

Trabajábamos con técnicas de meditación y visualización para confirmar si era una ilusionista. Me hacía sentir cada uno de los elementos, la energía que me transmitían. Viajábamos al bosque en busca de inspiración. Y me hacía leer libros sobre Empáticos y como habían aprendido a manipular las emociones. Por algún motivo Yulian estaba convencido que yo sería de esa clase de Soulhunter.

Constantemente nos acercábamos al Laberinto, donde él me preguntaba si podía notar cómo circulaba el poder sobre mí. Y lo más curioso era que la respuesta era sí. Lo sentía. Y no solo allí, en muchos otros sitios. Pero no era capaz de transformarlo en nada. No podía darle forma.

En lo único en lo que progresaba era en mis entrenamientos con Pyron. Cada día me levantaba a las cinco de la mañana acompañada del hombre llama para salir a correr. Durante esa época, ya era capaz de recorrer treinta kilómetros en una hora y media aproximadamente. Lo cual era una cifra totalmente increíble, ni el propio Pyron podía creer lo mucho que había mejorado mi condición física en solo unos meses.

Después de eso realizaba ejercicios de abdominales, flexiones, mancuernas. Y acababa la mañana realizando el circuito de agilidad del parque de Everity, que Pyron iba alterando. En ese entonces parte de mi rutina, era lograrlo con éxito, pero no había sido así las primeras veces, me había enfrentado a la misma vergüenza publica de siempre al fracasar delante de todos. Todavía recordaba la primera vez que lo había finalizado cada vez que lo empezaba.

Esa mañana, como cada día, me planté en el inicio del circuito de agilidad. La emoción y la determinación corrían por mis venas, listas para desatar toda la energía que me quedaba. Ante mí, una serie de obstáculos esperaban ser conquistados.

Con paso decidido, me lancé hacia el primer obstáculo: un conjunto de vallas de altura variable. Con agilidad, elevé mis piernas, sintiendo cómo mi cuerpo se elevaba sobre cada valla con gracia y precisión. Cada salto era una pequeña victoria.

Luego, me encontré frente a una serie de conos dispuestos en un patrón intrincado. Mis pies bailaron entre ellos, moviéndose con rapidez y coordinación. Cada giro fue calculado, cada movimiento medido con precisión milimétrica. Esta era la parte fácil y lo sabía, así que la estaba disfrutando.

El siguiente desafío era una cuerda colgante que se balanceaba sobre un foso de espuma. Con determinación, agarré la cuerda y me impulsé hacia adelante, balanceándome sobre el vacío. Cada movimiento requería concentración y fuerza.

Finalmente, me encontré frente a una pared de escalada. Con las pocas fuerzas que me quedaban, agarré los agarres con firmeza y comencé a escalar. Todos los músculos de mi cuerpo temblaban por el esfuerzo que habían estado realizando. Por mucho que los hubiera fortalecido, era humana, al fin y al cabo. Una de las veces, tomé impulso para alcanzar una de las piedras incrustadas, pero no llegué. Todo mi cuerpo resbaló iniciando una caía en picado, que detuve con mis manos agarrándome a dos piezas de la pared. Con las manos y los brazos quemados por el roce volví a iniciar la subida. No me rendiría. Nunca lo hacía, aunque se tratase de un simple entrenamiento. Este significaba mucho más, todo el mundo miraba, y ahora sabían que era buena en algo. No pensaba hacerles cambiar de idea. Era buena en los desafíos físicos.

Cuando alcancé la cima y me deslicé hacia abajo con una sonrisa en el rostro, supe que lo había dejado claro, no sería buena en el cuerpo a cuerpo, pero huiría la primera si algo malo se aproximaba. Y mientras recorría el camino de regreso hacia el inicio, supe que estaba lista para enfrentar cualquier desafío que se interpusiera en mi camino. Aunque no se me diera tan bien como los circuitos.

Lo que no me esperaba era lo que ocurrió al bajar por el tobogán. Los otros aspirantes que habían estado observando comenzaron a aplaudir. E incluso algunos de ellos se acercaron a felicitarme. Entre ellos Marco, a quien no había visto desde el baile de debutantes, hacía ya semanas.

- Vaya chica misteriosa, no nos vas a dejar nada al resto.

- ¿Cómo estás Marco?

- Mejor que tú, desde luego. – dijo apuntando a mis brazos.

- Gajes del entrenamiento.

- Tienes una forma peculiar de entrenar.

- No sabemos lo que nos depara ¿no?

- Si lo dices por quién es mi padre, créeme que probablemente sepa menos que la mayoría de vosotros.

Esa no había sido mi intención en ningún momento.

- No pretendía...

- Lo sé. ¿Haces algo esta noche?

- Entrenamiento mental con Sora.

Él pareció meditar algo.

- Claro. ¿Puedo hacerte una pregunta?

- Sí.

- ¿Por qué no te había visto hasta el día de la inscripción?

- Yo no soy de este mundo Marco, bueno o tal vez sí, pero solo en parte.

- ¿Uno de tus padres era un mortinato?

Asiento.

- Que interesante chica misteriosa. Mi madre también era una mortinata. Yo tampoco me crie aquí.

- ¿Puedo hacerte entonces yo una pregunta?

- Claro.

- ¿De qué conocías a esa chica? la que me intento matar ¿recuerdas?

- Claro que me acuerdo. – dice con una sonrisa. – Mica. Pero no te habría matado, no es una Soulhunter muy hábil y a penas domina el elemento de tierra. Mica, es la hija de uno de los mejores amigos de mi padre, y quien me está acompañando a las Pruebas del Destino. No conocía a nadie cuando llegué. Ahora también te conozco a ti, pero no quieres ir a cenar conmigo...

- No es eso.

- Lo sé.

- Artemisa – nos interrumpió de repente la voz Yulian – Será mejor que vayamos yendo a casa.

Ni siquiera sabía en qué momento había aparecido. Pero gritaba desde las gradas junto a Pyron. 

El Laberinto de AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora