El resto de la tarde lo pasamos haciendo preguntas absurdas, y habríamos seguido si no nos hubiese dado hambre.
La cocina estaba vacía, abrí un armario y saqué una bolsa de nachos y un bote de salsa de tomate.
Los puse en la isla.
Collin se sentó en el lado opuesto al que estaba. Yo me eché y metí un nacho en la salsa.
-Nos quedan muchas cosas que resolver -dijo él.
-¿Cómo cuales? -giré la cabeza.
-Ya hablaremos -sonrió y masticó.
No entendí por qué ese momento no era el adecuado para hablarlas hasta que me giré y me encontré con la furiosa cara de mi madre.
Agarré la comida e indiqué a Collin que salieramos de ahí.
Subimos escaleras arriba hasta mi habitación. Me tumbé a lo largo de la cama después de dejar la bolsa de comida en el escrito.
Collin se quedó de pie con los brazos cruzados delante de mí.-¿Qué pasa? Siéntate.
-¡No! ¡Levanta! Vamos a hacer algo -dijo moviendo las manos de arriba a abajo.
-¿Qué quieres hacer?
-Ah, no se. ¿Quizás ver un poco Londres? -dijo acentuando la duda.
Resole mucho.
-Venga levanta de ahí.
-Jo, me da pereza -me estiré a lo largo de la cama.
Pocos segundos después se me abalanzó y se colocó encima de mi de un salto.
-¡Aaaaaah! ¡Me estás aplastando! -chillé y reí después-
Me puso un brazo a cada lado de mi cara para hacer peso.
-¡Quítate de encima! -Me moví inquieta.
Él acercó mucho sus labios a los míos hasta el punto en que cuando habló, estos se rozaron.
-No quiero.
Su aliento y el mío se chocaron.
Me quedé inmóvil observando sus labios, que permanecían entreabiertos dejando escapar pequeñas bocanadas de aire que sabían a tabaco.
Él, sin embargo, me miraba fijamente a los ojos.
Poco tardé en hacerlo yo, en cuanto recordé lo azules que eran y el frío que transmitían. Nunca me cansaría de mirarlos a pesar del miedo y los escalofríos que me provocaban. Aquella mirada que me hacía sentir débil e indefensa, que me paralizaba hasta el último músculo de mi cuerpo y le daba a él la posibilidad de hacerme cualquier cosa que en ese momento estuviera pensando. Y no lo hacía. Y muchas veces me preguntaba por qué no hacía nada. Aún tenía en mi cabeza la impresión de que era un monstruo, pero eso el no lo sabría. Lo único que hizo fu apartarse lentamente. Quién sabe qué estaría pensando. Se separó de mi y se sentó en el borde de la cama.
Me invadió el frío de nuevo.-¿Cuantas veces te he dicho que te alejes de mi? -me dijo de repente.
-¿Qué?
-Ya me has oído, no me hagas repetirlo.
Estaba de espaldas a mí, con los codos apoyados en las rodillas.
Me incorporé y me eché en su espalda.
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¿Destino o suerte?
Lãng mạnLlamarlo destino, llamarlo suerte, ¿qué más da? Ambos teníamos claro que si nos conocimos fue por algo. « -No me tienes miedo a mí, sino a lo que sientes cuando estas conmigo. ». Tráiler en el epílogo.