–Ceres –decía una voz a lo lejos mientras veía el sol esconderse en el lago.
–Ceres –repitió más fuerte, y noté un leve zarandeo en el hombro.
–¡Ceres! –me zarandeó más fuerte hasta que abrí los ojos.
Estaba oscuro, muy oscuro, pero por el olor supe reconocer el maldito agujero en el que me habían metido un par de días antes. La voz de quien me sostenía el hombro era femenina, y sabía que me sonaba familiar pero estaba demasiado aturdida para recordarla.
–Vamos –me dijo.
–¿Quién eres? –conseguí preguntar con la poca voz que tenía, y al parecer no me escuchó.
Levantó la silla del suelo y al ponerme recta noté como me presionaba un dolor fuerte en la cabeza. Comenzó a desatarme las manos, su olor era conocido. Toqué mi cabeza con la mano derecha mientras deshacía los nudos de los pies. Pensé que quizá con un poco de luz lograría reconocerla, pero no había ni siquiera un reflejo.
Me agarró de las manos y me levantó de la silla.–Sígueme –dijo–, voy a sacarte de este sitio.
Intenté preguntar de nuevo por su identidad, pero cuando me puse de pie me temblaron las piernas. Ella sacó una linterna y comenzó a andar, pero al ver que no le seguía alumbró hacia donde estaba, la luz me cegó por completo, y de repente estaba enganchada en su espalda.
–Este camino tiene el techo más bajo, vas a tener que seguir sola, no puedo cogerte –me dijo–, ¿podrás hacerlo?
–Sí –intenté decir, aunque probablemente sonara como una psicofonía.
Tenía la boca tan seca que mis cuerdas vocales a penas funcionaban, y solo podía articular un par de sonidos. La chica me agarró la mano y echó a andar delante de mí. Caminé con dificultad, estaba mareada y las piernas a penas podían moverse por sí solas. Estuvimos tanto rato andando en aquel lugar que en un momento perdí el equilibrio y caí, luchaba por tener los ojos abiertos pero me desmayé en seguida.
Desperté tumbada en una cama. Antes de abrir los ojos pensé tranquila que todo había sido un sueño. Cuando los abrí y descubrí que no era mi casa, ni la casa de nadie conocido, me preocupé de nuevo. Tras la puerta se escuchaba la voz femenina que me había guiado, y afine mi oído para escuchar.
–No, espera que se despierte –dijo–, la vas a matar de un infarto si entras.
La voz se acercó a la puerta y abrió. Entrecerré mis ojos hasta que pude reconocer la figura de Dana, y los abrí.
–¿Cómo estás? –me dijo con el tono más dulce que tenía, sentándose en el borde de la cama.
–Bien –susurré, tapada hasta la nariz–, ¿qué... ha pasado?
Me miró con una mueca antes de responder.
–Hay... una persona que quizá te lo pueda explicar mejor que yo.
–¿Quién? –me incorporé en el colchón.
–Uhm...
Se quedó en silencio y miró la puerta. Collin o... Andy entró con lentitud, como temiendo mi reacción. Me quedé paralizada unos dos minutos, que fue el tiempo que tardó en sentarse en el borde de la cama, a mi lado. Cuando supe que la distancia entre nosotros era poquísima me acerqué a abrazarle por el cuello con fuerza, y aspirar su olor para comprobar que era real. Me devolvió el abrazo por la cintura y nos quedamos así un rato. De repente había dejado de importarme todo lo demás, y sólo quería saber cómo estaba y por qué había venido.
–¿Qué haces aquí?
Me miró como si fuese la primera vez que lo hacía y agarró mi mano con las suyas.
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¿Destino o suerte?
RomanceLlamarlo destino, llamarlo suerte, ¿qué más da? Ambos teníamos claro que si nos conocimos fue por algo. « -No me tienes miedo a mí, sino a lo que sientes cuando estas conmigo. ». Tráiler en el epílogo.