Capítulo 24

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Milán, Julio.

Querida Ceres:
No se muy bien si las cartas empiezan así, no estoy muy acostumbrado a escribir cartas como comprenderás, pero Dana me ha llamado en repetidas ocasiones para decirme que no tenía ni idea de cómo localizarte. La verdad es que escribir una carta y mandarmela a mismo suena a locura, pero conociéndote seguro que por curiosidad miras en el buzón.
Más que nada te escribo para que sepas que estoy bien, en breves podré volver allí porque parece que la zona se ha calmado, pero aún no te puedo asegurar una fecha concreta.
Te prometo que te compensaré el haberte dejado sola de pronto, no lo pude haber hecho peor...
Si lees esta carta hazmelo saber, me gustaría escuchar tu voz, encontraría la forma de comunicarme contigo por señales de humo si hiciera falta.
Te quiere mucho,
"Collin".

No tuve mucho que hacer. Solté la carta e intenté limpiarme las lágrimas con la camiseta. Es todo lo que recuerdo. Después escuché un golpe muy fuerte que me hizo contener la respiración y acto seguido un par de hombres entraron en el apartamento con unos bates. Comenzaron a dar palos sin ton si son con el fin, supuse, de meterme miedo. Pero no hacia falta, ya estaba bastante asustada. Me desmayé, o me durmieron, no estoy muy segura...
Después de eso me desperté, no veía nada porque todo mi cuerpo estaba atado, amordazado y metido en un saco. No entendí nada. ¿Qué coño está pasando? Me removí en el saco e intenté gritar, pero tenía una mordaza, algo me golpeó la cabeza y volví a dormirme.
La siguiente vez que me desperté estaba sentada y atada a una silla, y el saco seguía en la cabeza. Grité e intenté soltarme de nuevo. La garganta me quemaba, toda mi cabeza estaba mojada por el sudor, y el aire estaba empezando a ser espeso.

-Deja de gritar -dijo la voz de un hombre joven-. Nadie te va a escuchar, y no te va a servir de nada.

-¿Quién eres? -Pregunté con el ahogo que tenía.

-Nadie -dijo justo antes de cerrar la puerta.

-¿Hola?

Estaba sola, y ni siquiera sabía dónde. Escuchaba pasos encima de mí, y conversaciones, pero no llegaba a entender nada. Agache la cabeza, intentando no llorar y cerré los ojos.

-El jefe decía que vendría en un par de días -escuché en el pasillo.

-Pero si no le damos aunque sea agua se va a morir, y el jefe la pidió viva.

¿Jefe? ¡Maldita sea, se han equivocado de mujer!

-Que se joda ese tipo. Si no pagas, sufres.

-No se...

-¡Vete ya! Las reglas son las reglas, y no se rompen.

Solo escuché hasta ahí. Mi cuerpo redujo las pulsaciones para acostumbrarse al poco aire que había y caí en un profundo sueño de nuevo.
Unas horas más tarde, un señor con máscara me levantó el saco. Tomé una bocanada de aire como el que sale de una piscina después de haber contenido la respiración y abrí con dificultad los ojos, los sentía hinchados y llorosos. Respiraba como si fuera la primera vez.

-Toma, bebe -me ordenó el hombre metiéndome una botella de agua en la boca sin cuidado alguno.

Trague hasta la última gota, y tomé todo el aire que pude. Estaba tan oscuro que ni siquiera distinguía la figura del hombre, solo cuando la puerta se abría. Me colocó el saco y salió. Vino un par de veces más y repitió el procedimiento. Luego dejó de venir, volví a quedarme sin aliento y perdí el conocimiento.

El tiempo en aquella jaula pasaba lento, temía no volver a despertar cada vez que cerraba los ojos, pero justo cuando pensaba que iba a morir, el hombre encapuchado entraba y me metía una botella de agua en la boca hasta que me la acababa. Bebí tanto que tuve que expulsar todo el líquido casi sin querer, mi cuerpo no podía contener más líquido y me llené entera de orina. A partir de ahí, cada vez que bebía tenía incontinencia, era incapaz de aguantarme un solo segundo. El hombre me llamó rata asquerosa varias veces, como si yo hubiese elegido estar ahí metida.
Pasé tanto tiempo que sentía como el estómago me quería arrancar las entrañas, me dolía el pecho de no poder respirar bien, y empezaba a notar una horrible molestia en la entrepierna. Llevaba tanto tiempo atada que a penas me llegaba sangre a las manos y pies y los tenía fríos.
Cuando el jefe estaba a punto de llegar, el hombre del agua me advirtió, pero a penas lo escuché.

Escuché muchos pasos, más de lo normal. Uno de los hombres me quitó el saco cuando la puerta se abrió. Levanté la cabeza para averiguar quién era el temido "Jefe", pero estaba a contraluz y no pude ver su rostro. Vi su reacción, yo estaba algo mareada como para seguir mirando así que solo vi como se giraba a sus hombres y escuché decirles:

-¡Devolvedla, haced que olvide todo!

-Pero señor, es ella, la hemos investigado.

-¡ES MI HIJA IDIOTAS! -gritó, y me sorprendí tanto al reconocer la voz de mi padre que el mareo terminó conmigo.

Mi cuerpo se dejó caer a un lado de la silla, y toda entera caí al suelo.

¿Destino o suerte?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora