Capitulo 27

411 32 2
                                    

Me desperté con la cabeza pesada y el recuerdo borroso de la noche anterior dando vuelta. El reloj marcaba las 8:30 am. Me di una ducha rápida y me vestí con lo primero que encontré en la valija. Cuando llegué al restaurante del hotel, el aroma del café recién hecho me envolvió, despertando mis sentidos adormecidos. Me acerqué a la mesa donde ya estaban sentados Javier, Karina y el resto del gabinete. La risa y las anécdotas de la noche anterior llenaban el aire. Santiago, sentado al otro extremo de la mesa, no apartaba la mirada de mí, desconcertado y, en cierto modo, ¿herido?

—¡Qué nochecita nos mandamos, eh! —exclamó Agustín, mientras se servía una taza de café—. Martín, te vi bailando como un pibe de 20 un espectáculo maestro

Martín sonrió, guiñándome un ojo con complicidad. La tensión en el aire se sentía, pero la risa y las bromas ayudaban a aliviarla un poco.

—¡Y Lea! —interrumpió Maria—. No te quedaste atrás con los brindis. ¿Cuántos fueron al final?

—Perdí la cuenta después del quinto, creo —respondí con una sonrisa, tratando de mantener la compostura. Notaba la mirada intensa de Santiago sobre mí, pero me negué a devolverle la mirada.

—¡Se nota que la pasaron bien! —dijo Javier, riendo—. Aunque algunos parecen más vivos que otros esta mañana.

—Es cuestión de práctica, presidente —respondió Maria con una sonrisa ladeada, levantando su taza de café en un gesto de brindis.

La charla continuaba entre risas y complicidad. Los más jóvenes del grupo no dejaban de contar anécdotas de la noche anterior, mientras yo me esforzaba por parecer natural. Martín y yo intercambiábamos miradas furtivas, una chispa de algo nuevo brillando en nuestros ojos.

Santiago, en silencio, no dejaba de observarnos. La confusión y la sospecha eran evidentes en su rostro. Había notado algo, pero no podía confirmar qué era. Sentía su tensión, su incomodidad, pero me obligué a mantenerme firme. La determinación de la noche anterior seguía presente, y no iba a dejar que Santiago volviera a confundir mis sentimientos.

—¿Y vos, Santiago? —preguntó Javier, intentando incluirlo en la conversación—¿Te uniste a la joda en algún momento?

—Me quedé en el hotel —respondió él, con una mirada fugaz hacia mí—No creo que tenga nada que festejar.

Sentí esas palabras como un golpe directo. Un silencio incómodo se apoderó del grupo por un instante. Mi corazón se aceleró, y la culpabilidad me invadió. Martín notó mi reacción y puso una mano en mi espalda, en un intento de darme apoyo.

—Bueno, igual te perdiste una buena noche —dijo María, intentando aligerar el ambiente.

Las palabras de Santiago me golpearon directo al corazón, rompiendo la armonía de la mañana. Por primera vez desde que llegué a la mesa, dirigí mi mirada hacia él, buscando desesperadamente algún indicio de comprensión en su rostro.

Pero lo que encontré fue su mirada fría y distante, llena de reproche y decepción. Era como si todas mis acciones de la noche anterior se hubieran vuelto en mi contra en ese preciso instante. El silencio tenso que siguió resonó en mis oídos, dejando un sabor amargo en mi boca.

Mientras los demás continuaban con la conversación, me sentí atrapada en un torbellino de pensamientos y emociones.Traté de recordar los eventos de la noche anterior, pero todo era borroso y confuso en mi mente. Los brindis, las risas, los bailes...

El peso de la culpa comenzó a apretar mi pecho, haciéndome sentir como si estuviera luchando por respirar.

Y así, me encontré en silencio, enfrentando su mirada acusadora mientras el resto del mundo seguía adelante a mi alrededor. En ese momento, me di cuenta de que algunas heridas son demasiado profundas para sanar con simples palabras, y que a veces, la única opción es dejar que el tiempo cure las grietas en el corazón.

Entrelazados por el Poder - Santiago CaputoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora