Mientras Santiago dormía profundamente, algo en mi no me dejaba quedarme quieta. Con el corazón palpitante, me levanté y tomé primero su celular personal que estaba sobre la mesita de noche. Lo desbloqueé con cautela, deslizando entre sus aplicaciones y mensajes, pero no encontré nada fuera de lo común. No había rastro de nada sospechoso que alimentara mis dudas, pero aún así, una voz interna me impulsaba a seguir buscando.
Al lado de su billetera, estaba su segundo celular, el que usaba exclusivamente para asuntos de trabajo. Tomé el aparato con manos temblorosas y, tras varios intentos, logré acceder. Ahí estaba, casi oculto entre correos y documentos importantes, el ícono de WhatsApp. Mi pulso se aceleró mientras buscaba en la aplicación, y ahí lo encontré: un chat archivado que no parecía corresponder a ningún asunto laboral.
Comencé a leer los mensajes, cada palabra aumentaba la presión en mi pecho. No eran simples intercambios de cortesía profesional, había algo más, una complicidad velada en frases que parecían inocuas pero cargadas de dobles sentidos. "Que bueno que nos vamos a reencontrar" decía uno. "Los años pasan y nosotros seguimos siendo los mismos", señalaba otro. Los mensajes tenían un tono de urgencia y secreto que no encajaba con una mera relación amistosa o profesional.
El corazón me latía tan fuerte que casi podía oírlo. Sentía cómo la ira y la traición me inundaban mientras las piezas comenzaban a encajar de una forma que jamás hubiera querido descubrir. Esto era más que una infidelidad emocional; había algo oscuro y posiblemente peligroso entretejido en esos mensajes. Era evidente que Santiago no era el hombre que yo creía conocer.
Mientras la pantalla del teléfono iluminaba tenuemente la oscuridad de la habitación, mis dedos temblaban al desplazarme por los mensajes archivados. ¿Por qué Santiago había ocultado esta conversación específica si, supuestamente, no tenía nada que ocultar?
La conversación comenzaba de manera inocente, con intercambios sobre trabajo y algunos proyectos comunes. Pero no pasó mucho tiempo antes de que los mensajes tomaran un tono más personal. Eran las pequeñas cosas: un emoji enviado con una guiñada, una pregunta sobre cómo había estado su día que parecía llevar una carga emocional más profunda.
**Santiago:** "¿Cómo estuvo la reunión? Son medio inútiles, seguro te hiciste un festín"
**Delfina:** "Jaja, No te das una idea. Pero sí, fue fructífera. ¿Y vos? ¿Cómo estás pasando la noche?"
Las respuestas de Santiago a menudo incluían insinuaciones que, aunque podían pasar por comentarios amistosos, tenían un subtexto que no podía ignorar.
**Santiago:** "Todo en orden, terminando el día. Yendo a cenar, solo me falta una buena compañia. Estás libre?"
A medida que continuaba leyendo, las insinuaciones se volvían más directas, más personales. Se notaba un tira y afloja, una danza de palabras que escondía más de lo que revelaba.
**Delfina:** "¿Terminas temprano hoy? Tengo la tarde libre, podemos tomar un café."
**Santiago:** "Podemos ir a Housebar. Ese café tiene la mejor vista, especialmente si estás al lado correcto de la mesa."
**Delfina** "Claro, pero solo si prometes que me vas a dejar pagar a mí. Además, tiene que mantener las manos donde pueda verlas, señor."
**Santiago:** "¿Te gustó la sorpresa de hoy?"
¿Qué sorpresa?
**Delfina:** "Me encantó... Fue un gesto muy dulce, demasiado considerado de tu parte Caputo"
La familiaridad con la que se trataban era evidente, y cada palabra parecía cargar un peso emocional que no debería existir entre simples amigos o colegas.
Y finalmente, uno de los mensajes que realmente enfatizaba la naturaleza oculta de su relación:
**Santiago:** "Creo que deberíamos ser más cuidadosos. Quizás menos mensajes y más encuentros en persona... donde no hay registros."
**Delfina:** "Me parece perfecto. Menos huellas digitales, más memorias reales... como antes."
Cada intercambio era una mezcla de coqueteo y precaución, una danza peligrosa alrededor de la verdad, siempre al borde de lo explícito pero nunca cruzando completamente la línea. Esta dualidad en sus palabras no solo confirmaba mis temores, sino que también intensificaba el dolor de la traición. No solo se trataba de risas compartidas o momentos pasados juntos; había una intención clara de ocultar, de moverse en las sombras, lejos de los ojos inquisitivos... especialmente los míos.
La sensación de traición se profundizó con cada mensaje que leía. Cada palabra, cada emoji, cada insinuación no solo confirmaba mis sospechas, sino que también revelaba la premeditación de Santiago al ocultar esta conversación. ¿Por qué necesitaba archivar estos mensajes si eran tan inocentes? La intención estaba clara: quería evitar que alguien, especialmente yo, descubriera este intercambio.
Mi corazón latía furiosamente mientras seguía deslizando por la pantalla, cada mensaje, cada insinuación, añadiendo más peso a la traición que sentía. Los mensajes no eran meramente coquetos, tenían una carga de intimidad que no podía ser descartada ni justificada como simples comentarios pasajeros entre amigos.
**Santiago:** "Tu risa se quedó resonando en mi cabeza toda la noche. Es peligroso cómo me afectas."
**Delfina:** "¿Peligroso? Me gusta ese tipo de peligro..."
Y entonces, un mensaje que me hizo detenerme, un verdadero golpe que resonó con una claridad dolorosa:
**Santiago:** "Cuando nos veamos tengo que comentarte algo"
**Delfina:** "Nos vemos esta noche. No seas ansioso."
En mi mente, las piezas comenzaban a encajar, cada mensaje, cada sonrisa compartida en público, cada mirada que había captado entre ellos; todo tenía sentido ahora, y el sentido era devastador. Santiago no solo había guardado estos mensajes como un archivo secreto, sino que también había actuado con total conciencia de sus implicaciones, sabiendo lo que podría perder si estos fueran descubiertos.
Y en ese momento, en la quietud de la habitación iluminada solo por la luz azulada del celular, me di cuenta de que tenía que confrontarlo, que necesitaba respuestas y, más importante aún, que merecía la verdad, sin importar cuán dolorosa pudiera ser.
Esa noche se sentía interminable. Mientras Santiago dormía plácidamente a mi lado, me encontré invadida por una mezcla de ira y desilusión que hacía eco en la quietud de la habitación. Me levanté de la cama, el corazón latiendo con fuerza, y volví a revisar su celular, ese pequeño dispositivo que ahora parecía contener los secretos más oscuros de su infidelidad.
Cada mensaje entre Santiago y ella era un golpe directo a mi confianza y nuestros momentos compartidos. Los emojis cariñosos, las insinuaciones veladas, las promesas de encontrarse apenas yo no estuviera cerca... todo estaba allí, en texto claro y dolorosamente evidente.
Guardé el celular donde lo había encontrado y me senté en el suelo junto a la cama, abrazando mis rodillas. Sentía como si el aire se hubiese vuelto denso, pesado, difícil de respirar. Las lágrimas empezaron a caer silenciosamente, cada una un recordatorio del dolor que Santiago había elegido infligirme.
Pensé en confrontarlo de inmediato, sacudirlo de su sueño y exigir una explicación. Pero algo en mi interior pedía calma, un momento para ordenar mis pensamientos y emociones. No quería que una confrontación impulsiva nos llevara a decir cosas de las que ambos nos arrepintiéramos.
Así que, en lugar de despertarlo, decidí que esperaría hasta la mañana. La luz del día traería claridad y, esperaba, la fortaleza necesaria para enfrentar la situación con la cabeza fría. Me dirigí al balcón del hotel, donde la brisa nocturna ofrecía un leve consuelo a mi agitación interna. Mirando las luces de la ciudad, me prometí a mí misma que resolvería esto con dignidad, sin importar lo doloroso que pudiera ser. No solo por respeto a mí misma, sino también por la relación que, a pesar de todo, aún significaba algo profundo para mí. Quizás no había vuelta atrás después de esto, pero necesitaba entender por qué Santiago había hecho lo que hizo, y necesitaba escucharlo de él.
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Entrelazados por el Poder - Santiago Caputo
FanficEn "Entrelazados por el Poder", Santiago Caputo, asesor político del presidente electo Javier Milei, se ve obligado a colaborar con Lea Cristel, una joven asesora muy preparada con gran futuro. A pesar de los choques iniciales debido al carácter aut...