Capitulo 29

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La jornada había sido agotadora, y lo único que deseaba era desaparecer entre las sombras acogedoras de mi hogar. No estaba de humor para charlar como hacia todos los días, por lo cual decidí entrar con la intención de pasar desapercibida. Pero para mi mala suerte, el encargado del edificio me interceptó con una mirada intrigante y el anuncio inesperado de un paquete a mi nombre.

"¿Un paquete?" repetí, mi frente frunciendo un mapa de confusión. No recordaba haber ordenado nada; mi mente estaba demasiado envuelta en los enredos diarios como para sumergirse en compras por impulso.

"Es ligero" dijo él, extendiéndome una caja cubierta de sellos y etiquetas. El peso no era tan insignificante como este decía pero la inquietud que despertó en mí fue todo lo contrario.

Una vez sola, dejé caer mis cosas en el sofá y me deslicé en un conjunto de ropa cómoda que prometía un respiro del caos exterior. Sin embargo, la curiosidad me mordisqueaba la razón. Me senté en la mesa de la cocina, la caja frente a mí, y mis dedos recorrieron el sticker que decía "Washington DC" y "envío express". ¿Que era?

Al romper el precinto de la caja, una botella de vino de un viñedo francés –el nombre escapaba a mi mente– se reveló junto a un sobre color caoba. El lujo del líquido burbujeante no tenía sentido; sentía que flotaba en un mar de desorientación.

"Se tiene que haber equivocado, no puede ser" pensé, pero el sello del sobre ya estaba roto y al volver a chequear efectivamente tenia mi nombre. Lea Cristel.

Fotografías. Instantes congelados que quemaban mis retinas y martilleaban mi culpabilidad.

Nos encontrábamos plasmados en papel brillante. Una serie de evidencias de nuestra imprudencia: primero caminando juntos hacia el bar, luego charlando y riendo junto a una mesa con los demás.

"Esto no puede ser real" pensé, aunque cada imagen me gritaba lo contrario. Las imágenes evolucionaron rápido y la siguiente era peor que la anterior, hasta culminar en esa fotografía aterradora tomada en el baño del bar. Yo, sobre él, perdida en un beso que ahora me sabia amargo.

Más imágenes. Cámaras de seguridad. En el margen inferior derecho marcaba el día 26 de marzo de 2024 5:57 am. Martin entrando a mi habitación.

Estaba paralizada, el shock clavado en mi pecho como una estaca helada. Mi mirada flotó de nuevo hacia la botella de vino que parecía ridiculizarme con su presencia elegante. Todo esto era un guion de terror, no mi vida.

"Respira" me insistí, pero el aire se negaba a colaborar. Los minutos pasaron sin que pudiera moverme, sin poder procesar la realidad macabra desplegada sobre la mesa.

Con un hilo de valor que no sabía que aún poseía, me obligué a tomar el sobre una vez más. Había algo más allí, una pequeña nota que se había deslizado entre las fotos. Mis dedos temblorosos desplegaron el pedazo de papel y ahí, en una caligrafía cuidada, se citaba un versículo que me golpeó con la fuerza de un juicio divino:

"Porque nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado; ni oculto, que no haya de saberse." (Lucas 12:2)

Las palabras resonaban en mi conciencia, cada sílaba un martillo que forjaba la dura verdad. Cerré los ojos, rogando despertar de esta pesadilla, pero el pulso firme de mi corazón latía implacablemente en mi interior, recordándome la dualidad de mis sentimientos.

Las imágenes de Martín y yo continuaban ardiendo en mi mente, como brasas que amenazaban con incendiar todo a su paso. Sentí el peso del remordimiento aplastándome, ahogando cualquier pensamiento racional que intentara emerger en medio del caos emocional que me consumía. Los recuerdos se agolpaban en mi mente, formando una red de engaños y deseos prohibidos que ahora se desmoronaban ante mis ojos.

Entrelazados por el Poder - Santiago CaputoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora