Llueve

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Llueve, y dentro mío ardía su estadía.
Yo solía embriagarme en su perfume;
era cosecha tardía y paladar libertino
que degustaba clandestino
los desatinos de la urbe;

lloran intranquilos estos cielos vespertinos
de los cuales los mendigos se escabullen,

y no hay refugio por encima del barro
ni casas más cálidas que la carne y la piel
para un alma pálida y una sonrisa de sarro,

ni dosis de alcohol que no corra espantada
al no poder borrar cada silueta que hallo
entre las rendijas del alma sesgada.

Retales de un hombre polillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora