El fin de una civilización

4 2 0
                                    

Y una noche se suicidaron los peones,
intoxicándose, saltando de un séptimo piso,
tiñendo de rojo las esquinas, de negro las persianas;
el rocío de la muerte inundaba mis pulmones.

Del otro lado, movíanse aún restos dispersos
de animales, mujeres, niños y hombres,
este horror no puede tener nombre...
el lienzo de azufre hálo pintado el Perverso.

La parca caminaba burlona, impía,
sus buitres se erigían sobre las cabezas
que rodaban en la tierra baldía;

no hubo más padecer, ventiscas terrosas
azotaban en el crepúsculo a la oxidada ciudad;
los que quedaron inhalaban el perfume de una rosa
detrás de una máscara de gas.

Retales de un hombre polillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora