Fin de Mayo

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Mi interior es un cementerio tapado por un vergel.

Buscaba un albor en mi alma con la mente en guerra,
bajo una piel que ya no es mía, ni quiere pisar esta tierra.

La poesía, del jilguero es su cuartel.

“Hora de poner la mesa.”

Mi capa de superhéroe sirve de mantel,
aquella, infancia lejana, es naturaleza
muerta al fondo de un cuadro;
a la vista el pan, los platos, cubiertos,
la copa, el vino y la miel.

Me impuse comerme las penas y acabé vomitándolas.

Noche de luna nueva, tímida que dueles
de apariencia ausente, ¿te sientes sola?
Yo también me escondo en las lágrimas de las farolas.

Mamá teme que ande en malos pasos,
pero nunca supe llevar el compás.

De tan mal dibujante hice mi vida con trazos
que hoy día quisiera borrar...

Cerrar las heridas no se le dio a este sastre
que quiso coserse y le desbordó tu voz

(soy un desastre);

no somos atuendos, pero quiero ponerme en tu piel,
el río de lágrimas va fluyendo y sólo somos restos de él.

¿Qué fue de la avidez que tanto nos movía?
En los ojos veo arena, el agua un espejismo,
lo cierto es que mis desiertos son cegueras
y dudando fue como dentro de mí algo moría.

Se siente bien desmoronarse, de a poquito,
sin soporte alguno, como edificio antiguo.
A medida que llueve, goteo cálido, suspiro frío,
en el silencio canta...

(un dolor ambiguo).

Retales de un hombre polillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora