Capítulo 12. Aquel diciembre que es nuestro. Parte 1.

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Avery. 

Llueve en Nueva York, los nervios de punta me hacen una mala jugada al no saber que esperar de él. Me pregunto si vendrá, me pregunto de qué hablaremos ahora, me pregunto si seré capaz de algo que estoy casada, veo mi anillo de bodas junto a mi anillo de compromiso. L'opportunite ya ha desaparecido, el edificio fue demolido y en su lugar se encuentran obreros, doy una mirada panorámica del lugar buscándolo, buscando al menos una señal de él. No lo veo, no veo señal de él.

-¿Va a bajarse? – Pregunta el taxista impaciente. Asiento, pago y bajo del taxi buscando un lugar donde cubrirme de la lluvia mientras con mis manos no dejo que el viento levante mi vestido azul de flores.

Lo veo cruzar la calle con su sombrilla en mano, me cubre de la lluvia y me saluda cordial.

-¿Hola? – Pregunta si quiero ir a un sitio en particular. -No. No lo sé, ¿tú sabes qué debemos hacer ahora? – Pregunto confundida. Él toma mi mano detallando ambo anillos. Me ve a los ojos con detenimiento hasta que sus labios toman los míos sin algún aviso, correspondo su beso, correspondo cada paso de los dos hasta llegar a la habitación, cada beso mío le pide perdón y cada beso suyo perdona cada pecado hacia él, sus manos despojan con serenidad mi piel hasta que mi vestido cae a nuestros pies, quito su traje de tres piezas una a una mientras detallo cada trazo su cuerpo, rodeo su cuello con fuerza y él me toma de la cintura alzándome para que mis piernas abracen su pelvis, me lleva a la cama con delicadeza. Una vez allí devora mis labios, su mano aprieta mi seno con fuerza provocando un quejido entre nuestros besos, eso lo hace un poco salvaje, se introduce voraz entre mis piernas.

-Siento que debemos hacerlo bien, ¿no? – Pregunta incauto al envestirme con más fluidez, me besa de nuevo dejándolo todo en este encuentro, lo tomo del cabello, del cuello, de sus brazos, me quejo, gimo y grito, muerdo mis labios y me aventuro a gritar su nombre en cada momento de placer.

Me entrego a él sin pensar en nada más, sin temor a nada más, sin querer nada más que a él.

La imponente Nueva York una vez más vista desde la cama nos ve mortales, frágiles, despiadados ante nuestro pacado, ante mi pecado. Él recibe el servicio al cuarto y cenamos sin mediar palabra, solo nos observamos y sonreímos. Nos asusta decir algo erróneo, algo que termine con lo poco que nos queda.

Al terminar tomamos una ducha, damos una vuelta por la ciudad recordando cada momento que nos vimos, cada cita, cada palabra o instante compartido terminando frente a mi hotel.

-Es aquí...

-Sí...

-Asher, lamento lo que hice, mentirte, no merezco que me perdones, pero espero algún día lo hagas.

-Ya lo hice. Av, estarás aquí siempre, en esta ciudad; y cuando te recordaré porque tú eres mi Nueva York.

-Y tú mi San Diego. – Me besa despidiéndose, yéndose. Mi corazón duele y corro hacia él, mis ojos no puedes más y dejan caer lágrimas por mis mejillas.

-¡Asher! – Lo llamo.

Las trece veces que te viDonde viven las historias. Descúbrelo ahora