CAPÍTULO 8. EL AUTO DE LOS WEASLEY.

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El  final del verano llegó más rápido de lo que Harry habría querido. La última noche, la señora Weasley hizo aparecer, por medio de un conjuro, una cena riquísima  que incluía todos los manjares favoritos de Harry, Sky ya no se encontraba con ellos, un día antes se fue con su tío, pero los vería en la estación.

A la mañana siguiente, les llevó mucho rato ponerse en marcha. La señora Weasley, de mal humor, iba de aquí para allá, tratando de tener todo listo.

A Harry no le entraba en la cabeza que ocho personas, seis baúles grandes, dos lechuzas y una rata pudieran caber en un pequeño Ford Anglia. Claro que no había contado con las prestaciones especiales que le había añadido el señor Weasley.

—No le digas a Molly ni media palabra —susurró a Harry al abrir el maletero y enseñarle cómo lo había ensanchado mágicamente para que pudieran caber los baúles.

Después de miles de olvidos por fin llegaron a King’s Cross a las once menos cuarto.

—Percy primero —dijo la señora Weasley, mirando con inquietud el reloj. Percy pasó y desapareció, luego le siguieron  Fred y George.

—Yo pasaré con Ginny, y ustedes  dos nos siguen —dijo la señora Weasley a Harry y Ron.

—Vamos juntos, sólo nos queda un minuto —dijo Ron a Harry.

Se inclinaron sobre la barra de sus carritos y se encaminaron con determinación hacia la barrera, cogiendo velocidad. A un metro de la barrera, empezaron a correr y… ¡PATAPUM! Los dos carros chocaron contra la barrera y rebotaron.

—¿Por qué no hemos podido pasar? —preguntó Harry a Ron.

—Ni idea. Ron miró furioso a su alrededor— Vamos a perder el tren —se quejó—. No comprendo por qué se nos ha cerrado el paso.

—Ha partido —dijo Ron, atónito— El tren ya ha partido. ¿Qué pasará si mis padres no pueden volver a recogernos? ¿Tienes algo de dinero muggle?

—Hace seis años que los Dursley no me dan la paga semanal.

Ron pegó la cabeza a la fría barrera.

—No oigo nada —dijo preocupado—. ¿Qué vamos a hacer? No sé cuánto tardarán mis padres en volver por nosotros.

—A lo mejor tendríamos que ir al coche y esperar allí —dijo Harry— Estamos llamando demasiado la aten…

—¡Harry! —dijo Ron— ¡El coche!

—¿Qué pasa con él?

—¡Podemos llegar a Hogwarts volando!

—Pero yo creía…

—Estamos en un apuro, ¿verdad? Y tenemos que llegar al colegio, ¿verdad? E incluso a los magos menores de edad se les permite hacer uso de la magia si se trata de una verdadera emergencia, sección decimonovena o algo así de la Restricción sobre Chismes…

—¿Sabes hacerlo volar?

—Por supuesto —dijo Ron, dirigiendo su carrito hacia la salida— Venga, vamos, si nos damos prisa podremos seguir al expreso de Hogwarts.

Regresaron a la calle donde habían aparcado el viejo Ford Anglia. Metieron dentro los baúles, dejaron a Hedwig en el asiento de atrás y se acomodaron delante.

—Comprueba que no nos ve nadie —le pidió Ron, arrancando el coche con otro golpe de varita.

—Vía libre —dijo Harry.

—¡En marcha! —dijo Ron.

—¿Y ahora qué? —preguntó Harry, observando las nubes.

—Tendríamos que ver el tren para saber qué dirección seguir —dijo Ron.

Sky Swift y la Cámara de los Secretos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora