Charlotte Morningstar, la futura gobernante del Infierno, se une a algunos de sus amigos en un intento desesperado por detener el Exterminio que azota su reino periódicamente. El Hotel, creado para redimir a los pecadores, podría ser su última esper...
Mi nombre es Charlotte Morningstar, y ahora me encuentro sentada en el frío y duro suelo de este lugar que, de alguna forma, antes era mi refugio, ahora su atmósfera es opresiva. La sensación de tener los ojos vendados me embarga, pero no es la falta de luz la que me sumerge en esta oscuridad; es el abismo de mis propios pensamientos agitados, la lucha interna que desgarra mi alma y el inexorable paso del tiempo, cargado de memorias dolorosas. Las lágrimas se deslizan por mis mejillas, una serie de caricias gélidas que marcan el rastro de mis heridas emocionales, donde enfrento mis demonios más profundos y oscuros.
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Vivo en el infierno, donde la maldad se entrelaza con las sombras y abunda la malicia. Me mantengo atrapada en una encrucijada. A pesar de la oscuridad que me rodea he intentado mantenerme positiva, ofreciendo segundas oportunidades incluso a aquellos que no la merecen. Pero ahora, un hombre ha llevado mi paciencia al límite, y la semilla del odio germina en mi interior.
-¿Podría él ser capaz de llevarme hacia mi perdición?
Antes de que todo esto ocurriera, vivía con mi amado padre, Lucifer Morningstar, el Soberano del Infierno. Su figura era legendaria, conocida en cada rincón del averno, y su nombre resonaba con respeto y temor. Pero en los últimos tiempos, lo he visto hundirse en la oscuridad de su habitación, evitándome, ocultando sus ojos de las miradas ajenas y descuidando sus deberes reales. Ha caído en un abismo de tormentos y secretos, cargando con un peso del que yo, su propia hija, soy completamente ajena, mientras su alma se desmorona y se pierde en la neblina de la depresión.
Y en medio de esta tempestad, se alza su sombra: Lilith, mi madre. Desaparecida hace años, un enigma que me atormenta y me ahoga en la incertidumbre. Nunca he podido indagar sobre su paradero; el simple susurro de su nombre hace que mi padre se quiebre, que las lágrimas broten de esos ojos que solían brillar con fuerza. En ocasiones, su imagen se desvanece en los recovecos de mi memoria, como un reflejo borroso en un espejo empañado. Sus rasgos, que antes eran nítidos y vibrantes, se desdibujan en la bruma del tiempo como un eco distante. Recuerdo que los sirvientes hablaban de su belleza y elegancia, susurros llenos de admiración que escuché a escondidas cuando aún era una niña curiosa e inocente. Algunos de esos murmullos eran incluso de naturaleza más oscura, comentarios subidos de tono, comentarios que preferiría olvidar.
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