Charlotte Morningstar, la futura gobernante del Infierno, se une a algunos de sus amigos en un intento desesperado por detener el Exterminio que azota su reino periódicamente. El Hotel, creado para redimir a los pecadores, podría ser su última esper...
Era un día como cualquiera en el gigante palacio, el cual una vez perteneció a mi familia, los Morningstar. Con varias carpetas apretadas en mis manos, caminaba por los pasillos, mis pasos resonando suavemente sobre el mármol pulido. Buscaba a Alastor, él rara vez abandonaba su oficina, últimamente, ese espacio parecía que era el centro gravitacional de su existencia. A pesar de la magnitud de este palacio, él parecía encontrar consuelo en la monotonía de un solo lugar, hasta que, recientemente, había comenzado a dedicarse a otro espacio a ciertas horas; un destino que despertaba mi curiosidad.
Al llegar frente a la puerta de esa habitación, permanecí momentáneamente estancada, esperando. Todos teníamos la clara instrucción de no interrumpir esa intimidad, así que me vi obligada a esperar, sintiendo cómo el tiempo se estiraba. Al cabo de unos minutos que se sintieron como horas, escuché el leve click de la puerta.
Con un suspiro entrecortado, contuve la respiración cuando salió un hombre, o, mejor dicho, un humano; pero no cualquier humano, sino Alastor en un estado que me sorprendió y fascinó a partes iguales.
-Alastor... (Murmuré. Mis ojos se abrieron de par en par, y un ligero rubor bañando mis mejillas).
Era un poco más bajo, aunque seguía siendo más alto que yo; su camisa blanca, un tanto desabotonada en el pecho, permitía entrever su piel morena, aún perlada de sudor, mientras una toalla descansaba elegantemente en su cuello para secar su frente. Su icónica sonrisa adornaba su rostro dejando ver sus blancos dientes, y su cabello marrón, ligeramente alborotado, le daba un aire extrañamente humano que contrastaba con su habitual dignidad.
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Mis pensamientos se alborotaban en un torbellino de emociones encontradas al contemplar su nueva apariencia. Su esencia brillaba con un magnetismo cautivador que me atraía irresistiblemente. Era en momentos como estos cuando mi elección de vestimenta, aquellos largos y fluidos vestidos, cobraban sentido. Cuando bajó mi falda, la sensación de vulnerabilidad se apoderó de mí, especialmente al recordar que aún llevaba aquella cola de demonio, un recordatorio tangible de mi naturaleza.
Al ver a Alastor en ese estado, sus ojos resplandecían con una intensidad que encendía una llama en mi interior; mi cola comenzó a moverse de manera imprudente, como si tuviera vida propia, traicionando mi deseo de mantener las apariencias. Agradecí en lo más profundo de mi ser la longitud de mi falda, que ocultaba mi secreto, permitiéndome disfrutar de esta extraña conexión sin exponer lo que, en mi interior, luchaba por ser liberado.
-My dear, ¿Llevas esperando mucho tiempo? (Su voz humana sin su característico tono era suave como el terciopelo, resonando en el aire, envolviéndome en una mezcla deliciosa de sorpresa y admiración).