Capítulo 1. El hombre que vive.

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Londres, Inglaterra. Septiembre de 1882. 08:00 a.m

–Buenos días, Joven Juanjo. Es hora de levantarse. Le traje su té preferido junto con el periódico planchado del día de hoy.

Cuando Thomas, su mayordomo, corre las cortinas de su habitación para que los rayos del sol entren, Juanjo no puede evitar gruñir por lo bajo sin lograr evitar el cansancio que le recorre el cuerpo. Se talla los ojos con algo de rudeza, frunciendo el ceño cuando siente que las cómodas sábanas que lo cubren son retiradas con lentitud por Thomas. No le comenta nada, sólo se limita a ponerse en posición para que el mayordomo le colocara sus zapatos para andar.

Aún sin hablar, se dedica a mirar las afueras disfrutando del cielo nublado que se veía todos los días y de los pájaros que pasan de un lado a otro, cantando leves canciones de mañana. Thomas se pone de pie en cuanto termina su tarea; Juanjo se levanta de la cama sin decir más, dirigiéndose a la mesilla que se encontraba en su habitación. Ahí, acomodado de manera pulcra y sin ningún doblez, se encuentra el periódico a la espera de ser leído (sabe que es The Times) junto con su té al lado en una fina porcelana china. Cuando se gira sobre sí mismo Thomas sigue en la misma posición.

–¿Mi baño ya está listo? –pregunta, serio y aburrido.

Thomas asiente con la cabeza – su cabello negro y peinado moviéndose un poco de lugar. Juanjo chasquea la lengua y se pregunta cómo su padre pudo contratar a sirvientes que no eran siempre perfectos.

–Así es, Joven Amo. ¿Desea primero leer el periódico o asearse?

Juanjo frunce sus labios.

–Prefiero asearme primero. En estos momentos no se me apetece ni una pizca de té. Gracias.

Thomas asiente sin decir nada y lo guía hacia el baño que está en la misma habitación. Cuando siente el agua en su cuerpo, cálida, relajante, limpia, no puede evitar cerrar los ojos y perderse en un mar de emociones mientras los dedos de Thomas tallan su cabello con suavidad.

Juanjo aún recuerda la expresión de desagrado en su padre cuando le dijo que quería un mayordomo propio. Eso fue años atrás, cuando por fin terminó sus estudios en casa y empezó a ir a clubes para pavonearse entre la sociedad y disfrutar de su juventud y atractivo. Por supuesto que al final su padre le dio el sí definitivo, y Thomas ha estado a su lado desde entonces. Juanjo lo considera un hombre bueno, paciente, demasiado inteligente para ser sólo un simple sirviente además de poseedor de una actitud encantadora que muchas personas de la alta sociedad no tienen hacia los demás.

De todos modos para Juanjo es fácil olvidarse del buen trato que Thomas le brinda, muchas veces espetándole cosas o pidiéndole favores que rayan en la locura.

Cuando Thomas lo guía de nuevo a su habitación y lo ayuda a vestirse, Juanjo no puede evitar dirigir su mirada hacia el periódico por completo intacto en la mesilla de caoba.

–He de suponer que el desayuno ya está listo.

–En cualquier momento, Joven Amo. ¿Desea bajar ya? –Thomas se coloca en posición perfecta y esta vez Juanjo tiene que alzar el rostro para verlo a los ojos.

Se siente sofocado en su traje, pero sabe que por etiqueta tiene que ponérselo incluso en su propia casa. El moño que se encuentra atado alrededor de su cuello es de un verde opaco, contrario al brillante que son sus ojos. Niega con la cabeza, aún con mal humor.

–No. Leeré un poco para despejar mi cabeza. Cuando el desayuno esté servido manda a Mary por mí. Y llévate el té.

Le da la espalda y se sienta en la silla frente a l mesilla, tocando el periódico y deleitándose con la suavidad bajo su tacto.

Violines bajo el agua  | JUANTINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora