Capítulo 5. El hombre que ignora.

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Decir que la primera clase fue un desastre es, sin duda, un hecho. No por haber perdido alrededor de ciento sesenta chelines en sólo dos horas, sino además porque Juanjo se sintió devastado, avergonzado y envidioso hacia la forma en que Martin hablaba alemán. Era perfecta. Demasiado perfecta.

Si él llegó a pensar que su tío Douglass (el odioso, repugnante, ignorante tío Douglass) era el mejor inglés en hablar el idioma, en cuanto Martin soltó palabrería y media en alemán supo que estuvo en un error. Martin era el mejor. La forma en que jugaba con las palabras, cómo su boca se movía en una sintonía sorprendente y la manera en que arrastraba las vocales con un acento y entonaciones perfectas e increíbles. Jamás lo dijo en voz alta y mucho menos mostró ademán de sentir furia hacia ese simple acto, pero en el fondo supo que Martin lo sabía. Se veía en sus ojos, en su voz y en sus ademanes. Cuando Martin hizo una pausa para hablarle en inglés y decirle que esta primera clase sería como una prueba, nada de aprendizaje, Juanjo se había permitido dejar escapar un suspiro. Cada que Martin hablaba, él ponía un empeño extra en saber su lenguaje corporal, tratar de descifrar lo que Martin decía por cómo se expresaba con su rostro o si agitaba demasiado la mano; su primer error garrafal (y vergonzoso) fue cuando Martin le preguntó si deseaba descansar y

Juanjo, con un terrible acento londinense y una pronunciación de un bebé de un año, le contestó que no quería ir al baño. Martin se echó a carcajear, en su cara, hasta el punto en que se puso rojo de la risa y Juanjo de la vergüenza. Lo peor llegó cuando Martin le obligó a leer un libro de niños, alegando que era un vocabulario demasiado simple, sencillo y práctico, que era necesario para ir tomando costumbre de las palabras, poco a poco, sin necesidad de forzarse. Juanjo se vio maravillado y asustado por los terribles dibujos que ilustraban el libro. Más que un libro infantil, parecía una novela policiaca en donde el terrible asesino en serie masacraba a una mujer frente a su familia, quedando con secuelas irreparables. Si bien Juanjo no logró pasar ni de la primera hoja, Martin le dijo que lo poco que habló le sirvió como una base para saber con exactitud el nivel de conocimiento de Juanjo sobre el alemán.

–¿Me permites dar mi opinión?–preguntó, ladeando un poco su cabeza.

–No–le responde, seco.

–Tu alemán es increíblemente penoso–Martin le dice, de todos modos, haciendo que Juanjo deje escapar un suspiro exasperado. Se queda callado por unos segundos–. ¿Puedo decir algo más?

–No.

–Es sorprendente que hayas sobrevivido allá afuera con ese nivel.

Juanjo aún recuerda que esa fue una de sus tantas discusiones en esas dos horas que estuvieron solos – aunque, tiene que admitir, fueron más de su lado, ya que Martin se mantenía con la actitud más despreocupada y ligera posible, sin ni siquiera mostrar un atisbo de aburrimiento o enojo. Al contrario, parecía que disfrutaba del sufrimiento de Juanjo al más no poder. De su vergüenza, su ignorancia. Parecía que estaba viendo a través de todo eso, y que relucía tanto que no podía admirar otra cosa.

En ese transcurso, Thomas tocó a la puerta y les ofreció la posibilidad de tomar té, la cual Martin se negó con una gran sonrisa en su rostro; Juanjo había dudado, pero al final dio la misma respuesta. Después de eso Juanjo siguió leyendo, Martin escuchándolo con toda la atención posible y con una pose que quedaba claro que él era el profesor ahí.

Al final, así como Martin llegó puntual al inicio de la clase, partió de la misma manera. La hora exacta en la que finalizaba, Martin detuvo a Juanjo cuando éste apenas terminaba una oración (oración que él no entendió, para nada, y sabía que su pronunciación dejó mucho que desear), comentándole que lo esperaba el día de mañana, a las afueras de Londres, entre Wallston Street y George Street. Le dijo que no era necesario que la memorizara – después de todo, al ser el encargado de su aprendizaje en el idioma, tenía que asegurarse que en efecto asistirá a la clase.

Violines bajo el agua  | JUANTINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora