Capítulo 21. Ese hombre, despidiendo

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A Juanjo lo despiertan sólo una hora antes de lo normal a las siete de la mañana, y de inmediato escucha el ajetreo de las sirvientas moverse de un lado a otro, gritando que lleven cosas de aquí o para allá, a Richard dando órdenes con maestría... y Thomas diciéndole que era hora de levantarse para prepararlo.

La noche anterior apenas había conciliado el sueño, siempre observando los boletos que tenía frente a él posados en el escritorio. La sensación de pesadez jamás abandonó su cuerpo además de que se le hizo imposible el concentrarse, incapaz de siquiera pensar en otra cosa más allá del hecho de que él mismo había sellado su futuro. Juanjo sentía que no era tan valiente como Martin, mucho menos tan arriesgado. Quizás Juanjo no supiera que tal sólo no estaba preparado.

Cuando se mira al espejo se siente diferente. Aseado, peinado tal como su padre había ordenado, con el traje que se seleccionó desde hace dos meses– negro, como mucho de los suyos, pero la tela se exportó de París además de que se veía más formal–y una corbata nueva que no era de su agrado. Todo lo que llevaba jamás se lo había probado en su vida, y para cuando Thomas termina de colocarle la corbata como era debido apenas tenía fuerzas para observar su reflejo de nuevo sobre el espejo.

–En caso de que no lo recuerde–habla Thomas con tranquilidad–, la ceremonia se realizará en la Catedral de Southwark. Luego de ello, alrededor de la una de la tarde, los invitados llegarán a la mansión para proseguir con la comida y el baile.

Juanjo tararea sin sentirse emocionado, mucho menos nervioso al respecto. No siente nada en sí, sólo trata de memorizar las palabras que dirá, todo lo que tiene que hacer así como el recorrido que hará hasta la catedral, al sur de Londres y a la orilla del Támesis. Él no se considera alguien religioso mucho menos apegado a Dios, pero sabe que su madre le obligaría a casarse en la catedral en la que la familia lo ha hecho por años, así que en ningún instante trató de poner un pero en el asunto.

–Gracias, Thomas–susurra Juanjo, suspirando cuando este sólo asiente para terminar de acomodar su ropa–. Creo que es hora de bajar.

Thomas asiente con tranquilidad.

–Así es, Joven Amo. Le deseo lo mejor.

Juanjo sonríe no sin antes salir de la habitación, dejando al mayordomo detrás ya que no desea encontrarse en una situación incómoda, además de que no supo qué podría responderle. Los trabajadores domésticos andan de un lado a otro, acomodando las habitaciones y limpiando hasta el más mínimo detalle de la mansión, sonriéndole con levedad a Juanjo cuando lo ven directo a los ojos. Él, que es su día especial, apenas tiene fuerzas para caminar.

Los boletos que él mismo desperdició–los que le brindaban el cariño y libertad que el mismo Martin deseaba compartir con él–quedaron hechos cenizas cuando los echó a la chimenea en silencio, a las doce de la madrugada, con su rostro sin emoción alguna mientras escuchaba el sonido de los animales en el jardín, su corazón latiendo cada vez más fuerte. No encontró fuerzas para escaparse, pero sí para darle la espalda a un nuevo futuro que se había abierto ante sus ojos.

Lloró por más tiempo del que esperaba pero no le importó, ni siquiera cuando se veía casi rojo de la cara o se le complicaba ver o respirar.

Es una sensación que no desea vivir nunca en su vida.

Cuando baja las escaleras se encuentra con el personal que su madre había contratado para realizar la comida y preparar la mansión de acuerdo a la celebración. Es normal–y costumbre–que los empleados domésticos no trabajen en ese tipo de eventos ya que se requiere de más cuidado por ser diferente a una simple cena o reunión. Ellos sólo se encargan de estar atentos por si falta algo, si algo sale de control o el personal que se contrató necesita de la ayuda de alguien.

Violines bajo el agua  | JUANTINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora