Capítulo 12. El hombre que asiste.

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Sir Lucas Urrutia, V Duque de la casa Fairfox, falleció una semana después del cumpleaños de Martin . La noticia llegó hasta el día siguiente,  mientras Juanjo leía el periódico matutino con interés nuevo (la nueva pila de editoriales en su mesita de noche, una de las tantas costumbres que aprendió de Martin, aunque si alguien le pregunta les dirá que es sólo casualidad), la taza de té en mano, hojeando sin ningún pudor aprovechando que se encontraba solo en la habitación.

La noticia causó todo un revuelo en el país, en especial porque Martin aún no contraía matrimonio con una mujer de clase ni mucho menos mostraba interés en ello. A pesar de que Martin Urrutia acaparaba la atención de todo mundo por su personalidad, carisma y autenticidad, no era ajeno a los malos comentarios hacia él a pesar de que su vida no era asunto de nadie más que el suyo; sin embargo, como Juanjo bien lo sabía, eso no lo importaba a la gente a la hora de soltar cuentos o mitos sobre él.

Tan pronto como leyó la noticia completa, le pidió Thomas para que le preparase el abrigo y un carruaje, ya que saldría de urgencia a la mansión de los Fairfox. Si estuviese un poco más consciente o atento a cada una de las palabras que salían de su boca, se burlaría de la tremenda ironía que esa simple acción significaba: meses atrás apenas soportaba a Martin o su nombre siquiera, ahora no dudaba ni un segundo en irlo a visitar si era necesario. Tenía la sensación de que era más requerido al lado de Martin que el de su familia.

No habrá emoción alguna si sólo sentirá una tristeza infinita en su pecho, una melancolía que no podrá sacudir de él junto con una sensación de empatía que debe de mostrarlo a Martin. Cuando su madre le despide de la puerta le dice que no se preocupe, se encargará de Augustus para que no entre en problemas. Él lo entenderá. Juanjo sólo le sonríe con una mueca forzada, subiéndose al carruaje y en ningún momento mirar hacia los lados para echarse hacia atrás.

La vista siempre al frente.

El viaje se le antoja una eternidad e inclusive llega a sentirse mal por ir sin avisar con anticipación, pero sabe que no hay necesidad en una situación como esa. El periódico que estaba leyendo quedó en la mesilla de noche de su recámara sin ningún acomodo, el té ahora frío llevado a la cocina por Thomas, quien de vez en cuando miraría hacia la ventana, mientras una de las mucamas recoge lo restante para que la habitación se vea presentable. Juanjo, por lo contrario, no se ve tan bien como parece. Lo sabe pero le cuesta admitirlo, con su cabello incontrolable, sus mejillas rosas por el frío y el abrigo mal colocado por el apuro que tenía.

Si tenía suerte, Martin se encontraría en la casa que tienen a las afueras de Londres, no a la enorme mansión que está mucho más lejos, en donde además tiene la necesidad de tomar el ferrocarril. El murmuro de la gente en las calles llega a sus oídos en cuanto el carruaje entra en las principales calles de Londres, decidiendo por primera vez desde que salió mirar a su alrededor; la ciudad está tranquila tomando en cuenta la hora del día que es, pero aún así logra ver a personas con periódico en mano, mujeres platicando de un lado a otro u hombres paseando como si nada. Algunos negocios apenas se abren y otros ya tienen suficiente clientela ahí adentro; Juanjo sólo observa el lugar a pesar de que se lo sabe casi de memoria, poniendo las manos en puño sin saber por qué. Conforme el carruaje va avanzando en el camino, la cantidad de gente va disminuyendo y las casas poco a poco comienzan a desaparecer. Llegan a una zona verdosa, poco iluminada debido a que el cielo se encuentra nublado como es normal; antes de que pueda reaccionar como es debido, la puerta del carruaje se abre revelando el rostro atento del chófer. Juanjo apenas le sonríe, diciéndole que lo espere por unos momentos antes de hacer algo.

Frente a él, la casa de verano de los Fairfox se ve tan vacía y sola. Juanjo se lame los labios en señal de nerviosismo, girándose sólo un poco para ver cómo el chófer cierra la puerta del carruaje. Se arma de todas las fuerzas que tiene y camina, continuando en el camino, colocando la mano sobre el portón para abrirlo. Es entonces cuando la gran puerta de caoba se abre, Alex mostrando su rostro con inquietud. Ninguno de los dos dice nada, sólo se observan, pero le es imposible el ignorar el rostro apagado del mayordomo de los Fairfox. Pasa saliva, sintiéndose de pronto nervioso – la sonrisa que Alex le dedica no lo hace sentir para nada mejor.

Violines bajo el agua  | JUANTINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora