Capítulo 2. El hombre que admira.

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Para Juanjo, los tres días antes de la conferencia de Oscar Wilde se sintieron como una eternidad. Moviéndose de un lugar a otro, escuchar a su padre charlar con sus compañeros de El Parlamento mientras él sonríe con aparente entusiasmo; pequeñas charlas sin sentido que no tienen ninguna profundidad emocional y que hacen que sólo desee estar en su cama, leyendo algún libro o sólo tomando té. Por supuesto, como hijo de uno de los miembros de El Parlamento y futuro heredero al título del Conde, él no puede permitirse semejante falta de actividad.

Augustus siempre ha intentado incluirlo en la política de Inglaterra, en especial porque desea que en un futuro él forme parte del Parlamento, e incluso que llegue a ser el Primer Ministro en algún momento de su vida. Juanjo nunca le ha dicho nada en lo absoluto, sólo se limita a sonreírle de oreja a oreja y a asentir en señal de entendimiento, y su padre no lo ha forzado más allá de ello.

Tuvo pláticas con su madre como hace mucho no las tenía. Su madre es una mujer cariñosa y sensible, comprensible, que siempre ha pensado en él como lo más importante y bello en su vida; Juanjo no puede permitirse el comportarse como todo un patán frente a ella. Platicaron del tiempo libre de Juanjo, su entrada a la Universidad y su entrenamiento de esgrima y criquet, así como sus clases de español y francés; además, Juanjo pudo entrever entre su charla y el tono de voz de su madre que ella deseaba que retomara sus clases de piano y, probablemente, de violín; asimismo, le dijo que le encantaría verlo tocar sólo para ella en cualquier momento en que ellos estén solos, que incluso podrían invitar a su prima Charlotte a cantar a coro con él.

Juanjo sabe del fuerte deseo que tiene Selene sobre él casándose con Charlotte en un futuro, cuando por fin empiece a formar una familia con una mujer que él ve como una prima más que un interés romántico. Juanjo se lo ha reprochado en varias ocasiones, pero cuando su madre comenzó a tranquilizarse y no crear un ambiente obsesivo respecto al tema lo tranquilizó un poco. Y siendo honesto, no es que Juanjo no considere que su prima sea bonita. Que lo es, y mucho – porque posee todos los estándares de belleza correctos. Es sólo que, cada que piensa en ello, no siente nada. De hecho, cuando se pone a leer en la biblioteca y de pronto se queda observando a la nada, pensando, se da cuenta de que no siente nada por ninguna dama que ha conocido. Sabe reconocer que son atractivas o bonitas, nada agraciadas o poco atrayentes, pero el sentir cierta emoción en el pecho cuando las ve, el deseo enorme de hablar con una que haya capturado su atención, nada de ello ha aparecido. Nunca le ha preocupado ese hecho, al menos no aún, ya que sabe que por su cabeza no se ha cruzado la palabra matrimonio, mucho menos como su madre desea que sea.

Se reunió con John y Frank un día antes de la conferencia. Juanjo se sintió aliviado cuando los dos no hicieron más que burlarse de él lo más callados posibles, sin preguntarle la razón por la que se fue sin despedirse y sin mirar atrás. Pasearon por Londres y se detuvieron en un kiosco, escuchando a los músicos tocando las canciones que tenían memorizadas, mientras los niños les miraban maravillados. Al final, Juanjo se despidió con un ademán con su sombrero y los vio marcharse en el carruaje hasta que los dos desaparecieron por la vereda del camino.

Se sentía ansioso, nervioso y horrible. No importaba cuánto tiempo se la pasara tomando té, leyendo libros en alemán, pidiéndole a Thomas que le hablara un poco en el idioma – Juanjo simplemente no lo entendía. Era un caos, un desastre, y Juanjo le rezó a Dios que el día de mañana no se encontraran a personas de un cargo importante en Alemania, porque de ser así sabía que su padre lo traería de un lado a otro, tratando de agrandar su círculo de amistades.

El día jueves comenzó con la misma rutina al despertar, con la excepción de que Thomas le dio aviso de que su padre canceló todas las posibles actividades que realiza ese mismo día como costumbre. Juanjo le agradeció con la mirada más no mencionó nada – sólo se limitó a dejarse hacer, a ver a Thomas vestirlo con una camisa de seda blanca, un chaleco liso color gris claro de algodón y un esmoquin por completo negro con botones dorados, con un pantalón del mismo color. La corbata era pequeña, apenas visible, y a Juanjo le gustó el hecho de que no lo hacía sentir sofocado.

Violines bajo el agua  | JUANTINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora