Capítulo 10. El hombre que perdona.

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Finales de noviembre, 1882.

La semana siguiente a la que Juanjo durmió en la mansión de los Fairfox fue tranquila, lenta, a pesar de que los días se mostraban lluviosos. Juanjo no fue al club en esos días debido al clima, aunque se la pasó charlando con Augustus y Selene sobre su futuro – siempre arreglándoselas para desviar el tema cuando decidían meter en la conversación a Charlotte.

Martin canceló una de las clases de alemán (lunes) dos días antes de la misma, alegando por una carta que, por asuntos personales urgentes, le será imposible el asistir en el horario establecido; Juanjo se dignó a contestarle, escribiéndole que no se preocupara, que no habría ningún problema. Por supuesto, se vio en la necesidad de decírselo a sus padres. Contrario a lo que imaginó, no vio en ellos una mueca de decepción o enojo en sus rostros al escuchar que alguien como Martin faltaría a sus clases. Quizá fue el aviso anticipado.

Frank y John lo fueron a visitar hasta el jueves, justo cuando Martin apenas tenía diez minutos de haberse retirado ("El día de mañana te pondré un examen sencillo, por lo que te pido que estudies, ¿de acuerdo?"). Tuvieron una pequeña charla en donde se puso al tanto de lo que sucedía allá afuera, así como una invitación de parte de la familia de Frank a una ópera francesa que se estaría presentando el fin de semana.

–Ya que estamos por entrar a diciembre en una semana–le explica Frank con una leve sonrisa en su rostro–, mis padres decidieron que asistirían a esta ópera que les menciono. Creo que ya dieron aviso a tus padres, Juanjo, pero de todos modos quería decirte.

A su lado, John había soltado un resoplido mientras rodaba los ojos. Si hubiese hecho eso frente a más personas, éstas lo tacharían de maleducado y con una terrible falta de etiqueta.

–La ópera es una de las cosas que odio más en esta vida–dice, constatando un hecho que ya los tres sabían–. Pero mis padres me obligarán a ir–se encoge de hombros con una mueca de desespero–. A cortejar a mi futura esposa.

Mientras Juanjo ve a John ahí, quejándose una y otra vez, a su mente viene aquella vez en donde John se quedó dormido a plena ópera, a vista de todos – aunque Juanjo y Frank, como personas conscientes que eran, trataron de cubrir la penosa situación de mil maneras hasta el final de la obra. O aquella vez en que no le ofreció el periódico a la dama que iba con él en el vagón del tren, o cuando no le permitió el paso a otra cuando fueron juntos a una tienda en el centro de Londres.

La etiqueta y modales eran hasta cierto punto sofocantes, ridículos, pero ellos crecieron realizándolos al pie de la letra. A excepción de John, al parecer. Incluso puede decir que no siente del todo un respeto hacia la mujer; Juanjo sabe que, tan pronto pueda, después de casarse irá a perderse entre las oscuras calles del East End, en busca de una prostituta que logre satisfacerlo. Que su futura esposa no será más que un trofeo, la madre de sus hijos – y su papel en el hogar no será nada más que ese.

Frank, para suerte de Juanjo, es lo opuesto. Aunque es demasiado responsable, es un hombre ejemplar de pies a cabeza, con una inteligencia notable y un corazón enorme. Quizás es por eso que se siente más cómodo cuando está con él que con John. Si bien esto no significa que no considere a John como a su amigo, tampoco quiere decir que sea el más cercano.

Frank suelta un suspiro exasperado.

–Podrías inventar otra razón para ir–le contesta a John, con voz tranquila–. Aunque será difícil, ya que es en fin de semana.

–Además de que tus padres aman la ópera–interviene Juanjo, sonriendo un poco cuando John suelta un quejido de fastidio–. Por lo que tendrás que ir, quieras o no.

–Gracias por brindarme su gran apoyo y amistad, señores–responde John, con clara ironía. A su lado, Frank muestra una sonrisa para nada compasiva; Juanjo sólo le da un sorbo a tu té–. No lo olvidaré jamás.

Violines bajo el agua  | JUANTINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora