Capítulo 16. El hombre que sucumbe.

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Londres, Inglaterra. 15 de julio, 1883.

La mente de Juanjo es un completo desastre. Apenas logra registrar todas las voces que suenan a su alrededor, tan ajenas a todas las ideas desequilibradas e incoherentes que pasan por cada túnel de su cabeza. Es el sentimiento más ambiguo que ha sentido en su vida y, sin embargo, lo hace sentir la persona más impotente en el universo.

Selene parlotea sobre el color del vestido con una mujer que Juanjo apenas tiene tiempo para reconocer, mientras Augustus se encarga de observar que todo esté en orden tal como lo planeó y que las invitaciones se envíen a su propia indicación. De pronto se siente un títere de dos personas que al parecer no se preocupan del todo por lo que le suceda a él o cómo se sienta, de ese horrible miedo que le corre por las venas o la furia, desesperación e ira que están a punto de corroerle el corazón. Su madre, su bella madre, quien le mandó una carta diciéndole que no pudo más, sólo se encargaba de ver el color perfecto para su vestido como si los ojos de su propio hijo no reflejaran todo lo que sentía en esos momentos.

Si no fuera por la etiqueta y política personal que se atravesaran en su camino él ya hubiese destrozado todo.

–Por favor, envíele la invitación con motivo de urgente a Su Majestad La Reina. –Apenas oye a su padre hablar por sobre su hombro–. Dígale que el motivo es mi hijo. Gracias, puede retirarse.

Juanjo se talla el puente de la nariz sintiendo que su mente está en otro lugar distinto a su propio hogar. La mansión de Martin le había brindado la tranquilidad que en fondo necesitaba, que anhelaba con todo su ser, pero ahora todo era caos por doquier siendo incapaz de hacer algo al respecto. Sus ojos duelen y se siente ahogado, sofocado en exceso, y la única escapatoria realista que siente es sólo cerrar los ojos a la espera de que todo pase.

El ruido a su alrededor comienza a molestarle por lo que suelta un suspiro y, sin más, se dirige a las escaleras para encerrarse en su habitación, algo que no ha hecho desde pequeño cada que las cosas no salían como él las deseaba. Augustus notó enseguida el gesto, porque le llamó con un deje de enojo contenido o decepción en su voz; se permitió contar hasta tres para luego girarse hacia su padre, quien sólo estaba de pie como si no hubiese destruido la vida de su hijo al darle la terrible noticia de que se casaría con alguien por quien no siente nada en lo absoluto.

–¿Sí? –pregunta Juanjo haciéndose el desinteresado, pero dejando bien en claro que no está de humor como para soportar cualquier cosa que salga de la boca de Augustus.

–¿Adónde crees que vas?

–A mi habitación, la biblioteca, no lo sé.

–A pesar de que la reunión no es hasta el día de mañana me parece inaudito que intentes desligarte de tus deberes–le espeta su padre.

Juanjo le observa por largos minutos sintiendo un gran peso sobre sus hombros, el aire escapando de sus pulmones. Es más que claro que su padre está enojado, casi furioso – en especial porque le reprime a pesar de que los trabajadores domésticos viajan con toda libertad por la mansión, escuchando la pequeña disputa que mantienen los dos; Juanjo se da cuenta que no le importa demasiado lo que Augustus le diga, lo único que quiere hacer es escapar ahí o encerrarse en algún otro lado. Confundir la realidad, cerrar los ojos, lo que sea – sólo perderse.

Se permite chasquear la lengua, gesto que hace que su padre casi suelte un sonido de escándalo. Ambos saben que Juanjo se ve distinto a como era antes.

–Deberes que yo no quiero tener, padre–dice–, y lo sabes.

–No es algo que dependa de ti, muchacho, así que ven aquí para que la Señorita Ross tome las medidas para tu traje.

Violines bajo el agua  | JUANTINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora