Capítulo 4. El hombre que discute.

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Después de que vio a Martin partir por el pasillo, aún sonriendo tan cínico y sin siquiera decir nada más, Juanjo había entrado al despacho de su padre, enojado, pero sin llegar al punto en que cerraba la puerta demasiado fuerte como para exaltar a todos en la mansión.

Su padre se encontraba ahí, detrás del escritorio, con sus lentes redondos de lectura y con unos cuantos papeleos en la mano; de inmediato Juanjo supo que eran de El Parlamento, debido a la marca de agua tan singular que estaban impresas en las hojas. Cuando su padre levantó la vista hacia él, a Juanjo le costó un poco abrir la boca para hablar; luego, Augustus le preguntó si vio a Martin antes de entrar por esa puerta.

Después de ello, para Juanjo todo fue tan fácil. Explotar en un arranque de enojo frente a sus padres no es algo que hacía muy a menudo, menos si la razón es algo que tanto Augustus como Selene consideran infantil e ilógico; por la mirada que tiene el hombre frente a él, serio y atento, Juanjo sabe que ésta discusión es una de ellas. Pero él no pudo controlarse, y la discusión había terminado con su padre gritando que se largara de la recámara, que aunque sea su único hijo no le permitía dudar de su autoridad y, finalmente, que debería de estar agradecido de que alguien como el hijo del duque de Fairfox se digne a darle clases a un hombre con comportamiento de niño inmaduro.

–Tú puedes continuar con tu actitud despreocupada, ir a divertirte con tus amigos y conocer damas nuevas–le había dicho su padre ese día, colocándose frente a Juanjo sin temor alguno–, pero no permitiré que te pongas en ridículo, ni a ti ni el nombre de la familia. ¿Entendido?

Ya han pasado dos días desde esa discusión y desde la última vez que vio a Martin. El ambiente se había aligerado un poco gracias a su madre (alma caritativa, pura y atenta de la cual Juanjo estaba agradecido de tener a su lado), pero Juanjo aún se encontraba algo reacio en dirigirle una palabra a su padre, más allá de las formalidades familiares y sociales que eran requeridas de ambos lados.

La voz de Augustus retumbaba en sus oídos, la risa de Martin le taladraba la cabeza y los consejos de su madre lo perseguían en sueños; en más de una ocasión, Thomas le preguntó si se encontraba bien – además de que esos dos días faltó a las reuniones que tenía con sus amigos, incluso aunque su madre llamaba a su puerta para asegurarse de que seguía ahí.

Al tercer día de la discusión, mientras leía el periódico en la tranquilidad de su habitación, con Thomas en la recámara del baño preparando el agua a la temperatura que le agradaba, Juanjo escucha el rechinar de un caballo que se detiene cerca de la puerta principal de la mansión. La mansión es de dos plantas, con habitaciones incontables y de gran tamaño, pero la de Juanjo está lo suficientemente cerca como para poder oír lo que sucede afuera, al menos lo que crea gran ruido.

Alza una ceja, confundido, porque a esas horas de la mañana es extraño que tengan una visita.

Se muerde los labios, rezando que no sea Martin, colocándose de pie y dirigiéndose luego a la gran ventana que está en su habitación – las cortinas rojas corridas a los lados para permitirle a la luz del día entrar en todo su esplendor. Abajo, cerca del camino que es marcado por el sendero que lleva a la valla de su propiedad, está un hombre alto y de cabellos castaños, con algo barba, que a simple vista no resalta de ninguna manera en las demás personas que Juanjo ha visto en su vida. De todos modos, Juanjo puede entrever que está bien vestido y que sus modales son propios, por lo que asume que de donde quiera que provenga tiene un puesto que podría considerarse alto o importante.

Aunque trata de identificar su rostro, Juanjo falla por completo. Minuto después sale Richard, con su traje de mayordomo pulcro y limpio, recibiéndolo como se le entrenó en el momento en que obtuvo el empleo en esa casa. Si bien no podía escuchar nada de lo que decían, al parecer el desconocido se negó por completo a cualquier cosa que Richard le haya sugerido, sólo extendiendo su brazo para entregar un papel que, por lo que Juanjo sabe, podría ser una carta. Justo cuando iba a girarse sobre sus talones para dejar ir el tema sin más, Thomas le llama a su espalda con voz tranquila.

Violines bajo el agua  | JUANTINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora