Capítulo 9. El hombre que enseña.

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–¿No crees que tu padre se ve un poco... pálido?

–No lo creo. Lo sé. Por más que le pedí que se quedara en cama, decidió ignorarme y salir a montar un poco a caballo.

Juanjo observó por la ventana, dándose cuenta enseguida que pequeñas gotas caían del cielo, silenciosas, apenas notorias. Si no se iba a tiempo, tendría que pasar la noche en la casa de los Fairfox; el problema en sí no radicaba en eso, sino que sus padres quizá pasen las siguientes horas preocupado por él y su bienestar. Se gira hacia Martin, quien está haciendo unos apuntes en el escritorio, dándole la espalda.

Se acerca a él con pasos sigilosos, colocándose detrás, viendo por encima de su hombro lo que Martin escribía. Su letra es perfecta, fina, siempre entendible. Aún así, Juanjo no tiene tiempo de leer lo suficiente antes de la voz burlona de Martin llegue a sus oídos, distrayéndolo.

–¿Haciendo trampa para pasar tu examen? –Martin le pregunta, sin detenerse siquiera o dirigirle una mirada.

Juanjo no puede evitar sonrojarse ante el tono burlón de su voz; de inmediato se echa hacia atrás, alejándose, cruzando sus brazos y tomando una posición arrogante.

–En ningún momento de mi vida me he copiado, no lo haré ahora–dice, seguro– . Además, ¿un examen? Sólo tú harías un examen en mi presencia. A pesar de que Martin sigue en la misma posición, Juanjo es capaz de escuchar la risa burlona que suelta por lo bajo; frunce el ceño, algo furioso – por lo que decide caminar de un lado a otro en la habitación. Sus pasos resuenan por las cuatro paredes, creando un sonido para nada tranquilizador, más como un eco furioso que taladraría el oído luego de tanto oírlo.

Martin deja escapar un suspiro, sereno. Juanjo se pregunta hasta qué punto llega su paciencia. Antes de decirse a sí mismo que debería de ponerlo a prueba, hay un leve toque a la puerta; Martin de inmediato se pone de pie, dirigiéndose a ella para luego abrirla, permitiéndole el paso a una señora alta que, a simple vista, se veía que en el pasado era bella. Tenía una cara seria pero con un aire amable; le sonríe de inmediato a Juanjo por encima del hombro de Martin, inclinándose en señal de respeto. Juanjo le devuelve el gesto.

–Joven Martin–dice la señora con voz tranquila–, sólo estoy aquí para avisarle que sus dos hermanos han llegado a casa.

Juanjo ve a Martin asentir, a su vez que le dedica una mirada rápida a donde estaba sentado antes.

–Muchas gracias, Hanna–responde Martin, amable. Juanjo escucha la sonrisa en su voz–. ¿Algo más?

–El Amo ha dicho que tendrán un pequeño aperitivo como almuerzo, en caso de que desee acompañarlo. Sus hermanos estarán ahí también–Hanna sonríe de oreja a oreja, y Juanjo ve enseguida que hay cierta confianza entre ella y Martin; quizá siempre ha trabajado en la casa–. Por supuesto, después de que cambien sus ropas.

Juanjo da unos cuantos pasos hacia adelante, colocándose a la altura de Martin para verlo a la cara. Ve cierta confusión en ella al no entender las palabras de Hanna. Ahora que Juanjo la ve bien – tomando en cuenta la forma en que se dirige a Martin y la ropa que trae – toma nota de que ella debe de ser el ama de llaves. Con un vestido color gris con toques negros y blancos, su cabello rubio cenizo recogido en una coleta, Hanna despide todo un aire de una mujer que da órdenes.

–¿Sucedió algo?

–Al parecer la tormenta llegó a Londres, Joven Martin–contesta enseguida–, y apenas lograron subir al carruaje.

–Ya veo–le dice Martin, pensativo–. Muchas gracias, Hanna. Juanjo y yo bajaremos enseguida.

Su nombre suena distinto viniendo de los labios de Martin. Juanjo no sabe si es su acento, cómo alarga un poco la r, dándole cierto énfasis – o quizá es debido a que Martin tiene una manera de hablar tan peculiar y distinguida que le sería incapaz de confundirla incluso entre tanta multitud. Como si apreciara el nombre de todas las personas que conoce, todos los que pronuncia. Es un sentimiento con el que Juanjo no está familiarizado, ya que si una persona se presenta ante él con una actitud que no le interesa o le agrada, él no se esfuerza en lo más mínimo para reconocerlo.

Violines bajo el agua  | JUANTINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora