Capítulo 17. El hombre que tiembla.

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Todo su cuerpo tiembla pero aún así es incapaz de alejarse. No encuentra la fuerza suficiente como para empujar a Martin lejos de él, hacer que la calidez de su cuerpo ya no esté junto al suyo, o que sus suaves manos se separen de él como si el simple contacto quemara. Ni siquiera se encuentra con las ganas de soltar un quejido de desgano, repeler todas aquellas emociones que ese nuevo contacto despierta en su cuerpo como jamás lo había sentido antes. Juanjo nunca había mirado a nadie con los sentimientos que Martin ponía en los propios, ni mucho menos con el nuevo torbellino de sentimientos confusos que no hacían nada más que atontarlo aún más, incapaz de siquiera pensar con claridad. Es la sensación más abrumadora y embriagadora que Juanjo ha sentido en toda su vida, aunque en el fondo de su pecho su corazón comenzó a latir con fuerza, sin detenerse el más mínimo segundo para reflexionar con más profundidad en lo que sucedía.

Martin está compartiendo un momento de intimidad romántica con él, un hombre – algo que no es bien visto por muchos ojos de la sociedad por muy liberales que dictaminen ser. Es enfermo, inmoral. Es una depravación que se paga de distintas maneras de las cuales ni una persona quisiera cumplir por su propio bienestar. No es más que una perversión entre las familias adineradas que desean experimentar emociones fuertes, esparciéndolas como enfermedad entre aquellos que son sus conocidos de forma tan normal que inclusive asusta. 

Martin le confesó sus sentimientos. 

No sabe qué hacer en esos momentos, mucho menos cuando Martin suelta sus manos con lentitud y todavía viéndose directo a los ojos, la estrellas siempre siendo testigo de esos leves momentos de debilidad que Juanjo ha tenido desde siempre con quien considera la persona más importante en su vida. El marrón en los orbes de Martin brilla como nunca antes se le había visto, pero Juanjo tiene la sensación que los suyos propios se encuentran en la misma condición; deja escapar un suspiro con lentitud, sin decir nada más, a la espera de que sea Martin quien comience la conversación.

El aire es fresco y los caballos se escuchan a la distancia, la orquesta continúa con su tocada por completo ajenos a lo que sucede fuera de la mansión, mientras que a lo lejos se escuchan las voces de las personas charlando o despidiéndose de sus padres. Juanjo, fuera de esa burbuja a la que no desea pertenecer pero ahora no es más que un deber, se encuentra en otra que le abre la puerta a lo desconocido, a todo aquello que es ajeno a lo que alguna vez se imaginó y que no esperó que le pasase alguna vez en su vida.

Ambos siguen viéndose por un largo rato hasta que los dos, al unísono, sueltan el suspiro más ensoñador que Juanjo ha oído jamás; la mano de Martin viaja de nuevo a su mano y en sus ojos ve tanta adoración, tanta felicidad, que no hacen nada más que abrumarlo aún más hasta el punto en que siente que perderá la cordura.

–M–Martin–le llama–. ¿Qué... significa esto?

Su voz es como un susurro en mitad del jardín de su madre, la pequeña caricia que toda flor anhela tener todos los días de la mañana mientras el jardinero cuida de ellas como si su vida dependiera de ello. Su voz tiembla pero no le importa, no ahora, no cuando la calidez de Martin lo pone nervioso como nada lo había hecho nunca.

Ese sentimiento se esparce por todo su pecho a su vez que le brinda la sensación de admiración y perplejidad, apreciando el rostro de Martin así como todas sus facciones, sus largas pestañas, la cicatriz en su nariz, sus cejas pobladas... facciones las cuales se ven acariciadas por el escaso brillo de las estrellas que sabe en dónde colocarse.

–Ya te lo dije–Martin le susurra, con el pulso acelerado–, sólo me cansé de ser un cobarde.

No, Juanjo quiere gritarle, deberías de alejarte de mí, para siempre, no confundirme más. Quiere decirle que ambos podrían terminar en la cárcel mientras su padre los acusa de sodomía, sus vidas al final destruidas sin nada más que el recuerdo de lo que alguna vez fueron. Son muchas cosas que están en peligro por la simple estupidez de cansarse de ser un cobarde, tal como Martin lo ha dicho.

Violines bajo el agua  | JUANTINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora