Capítulo 2

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María José se acercó todavía más a Calle. Las curvas y depresiones de sus cuerpos encajaron
a la perfección y sus músculos se tensaron de deseo.

La castaña se recostó contra su cuerpo, con
el vientre adherido al suyo y las exuberantes caderas llenándole las manos. Aunque no parecía posible, tenerla tan cerca hacía que
se pusiera todavía más dura.

Había algo en esa mujer que estimulaba todos sus sentidos y, ahora que la tenía pegada a su cuerpo, el deseo detonaba en su interior con la fuerza explosiva de un megatón de dinamita.
Quería desnudarla, saborear cada centímetro
de su piel, inhalar su aroma. Pero no se trataba sólo de que quería tirársela, también quería conocerla y obtener su confianza. Seducirla hasta que la castaña se sometiera a ella por completo.

A lo largo de los años había conocido a un montón de mujeres sumisas dispuestas a sucumbir a cada uno de sus dominantes deseos. También había estado con mujeres inteligentes, vibrantes y capaces, con las que conectaba a nivel intelectual. Por desgracia, jamás había podido satisfacer ambos campos con la misma persona, pero sospechaba que finalmente podría conseguirlo con Calle. Con ella no experimentaba la misma reacción negativa al pensar en el compromiso y tampoco existía el usual desinterés que solía experimentar al cabo de unas horas con cualquier otra mujer.

En el momento en que la había tocado, algo había chirriado en su interior antes de encajar en su lugar. Supo que sería suya.

María José respiró hondo. «Maldición»,
nunca se había sentido de esa manera con una mujer. Jamás había imaginado llegar a sentir esa certeza instantánea. Pero igual que aceptaba todos los presentimientos cuando se trataba de una misión, tampoco se cuestionaba ahora su intuición. Lo que tenía que ser, sería.

En el caso de que Calle no sintiera el mismo deseo que ella de mantener una relación a largo plazo, lo aceptaría, pero por el momento estaba fascinada. No podía perder el tiempo intentando entender exactamente por qué iba a amarla.
Sin duda, tendría que actuar con rapidez para clavarle las garras con la misma intensidad que la castaña se las había clavado a ella. No cabía
la posibilidad de que la dejara escapar.

De repente, María José no pudo borrar la sonrisa de su cara. A pesar del infierno en
que se había convertido su vida en los últimos tiempos, las cosas parecían estar mejorando.

En el otro lado de la suite, Ben salió del cuarto de baño, cogió otra lata de cerveza y las observó con la mirada vidriosa y desconcertada.

Sí, supuso que Ben no estaba acostumbrado a verla bailar o charlar con las chicas que se llevaba a la cama. Por lo general, María José no perdía el tiempo en tales prolegómenos porque las mujeres con las que solía estar ya conocían las reglas, así que se limitaba a desnudarse y se ponía manos a la obra. Se preguntó vagamente si a Ben le molestaría que con Calle fuera diferente. Aunque tampoco era algo que le preocupara lo suficiente como para cambiar de actitud.

Un tipo golpeó a Ben en la espalda, distrayéndolo. María José se relajó. Ahora, la atención de Calle era toda suya.

—Me han dicho que eras agente del FBI—murmuró Calle con voz ronca y sensual—. Y
que te han herido hace poco tiempo.

María José hizo una mueca al recordar la bala que tres semanas antes le había atravesado casi en el mismo lugar en el que había sufrido una herida similar sólo unos meses antes. Aquello le irritaba... Casi parecía como si Víctor Sotillo y sus secuaces, esos jodidos traficantes de armas venezolanos, hubieran sabido de su anterior lesión y hubieran apuntado justo allí.

—Sí. Sin embargo, aunque a mí me alcanzaron en el hombro, mi bala se incrustó en el pecho del que me disparó, así que creo que salí ganando.

Calle se quedó boquiabierta.

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