Capítulo 19

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Narrador omnisciente.

Poché miró con el ceño fruncido a su fatigada esposa. Habían alcanzado una sincronía perfecta; Calle le había entregado libre y naturalmente una sumisión completa. Poché se había sentido muy orgullosa, pero ahora su esposa tenía una expresión de pánico. Calle se había sumergido de golpe en una escena donde se encontraba descarnada y poseída por las emociones.

Poché apretó los dientes. La castaña necesitaba ternura y tranquilidad... descanso. Se acercó a ella, ignorando la manera en que intentó alejarse y la subió a la cama.

—Acuéstate. —La empujó para que apoyara la cabeza en la almohada y le frotó el hombro en un gesto tranquilizador—. Cuéntame qué te preocupa.

Calle se negó a mirarla.

«¡Mierda!»

Echando mano de toda su paciencia, Poché curvó su cuerpo contra el de la castaña. Calle le dio la espalda, sollozando con más fuerza. «Maldición», ¿se trata de algo más que un choque emocional?

La pelinegra se dio cuenta de que no la había escuchado antes, ése había sido su primer error. Comprendía la urgente situación de la madre de Calle y se lo debería de haber dicho. Sabía de sobra que la castaña se había visto presionada y confundida. Pero Calle ni siquiera intentó recurrir a Poché, no confió en que sería capaz de protegerla. No conocía palabras con las que describir lo traicionada que se había sentido al verla sobre el regazo de Ben, sabiendo que había corrido en busca de su ayuda en vez de acudir a ella.

Con la zurra, la había castigado. Calle se había  sometido a mí de una manera hermosa.

Ahora, después de experimentar una unión increíble y de alcanzar el cielo, la castaña intentaba poner distancia entre ellas de nuevo.

—Cielo, no hagas esto. Tienes que decirme qué te pasa para que podamos solucionarlo.

Calle gateó fuera de la cama.

—¿Dónde está mi bolso?

Poché la vio escudriñar la habitación con los ojos entrecerrados. Comenzó a preocuparse en serio. «Dios», debió de haberse imaginado que
si le pedía que le abriera el corazón, las revelaciones no podían ser unilaterales.

Tenía que ser accesible también para Calle y explicarle por qué su negativa a confiar en ella era tan inaceptable... y dolorosa. Calle tenía que entenderlo. Se sentiría jodidamente vulnerable al revelar sus angustias a alguien que poseía el poder de devastarla, pero merecía saber la verdad; en especial si quería lo mismo. No obtendría nada sin ofrecer honradez a cambio.

—Cielo, respira hondo. Yo buscaré tu bolso. Luego hablaremos.

Calle ni siquiera la miró.

Poché contuvo la ansiedad y recorrió la estancia hasta dar con el bolso. Se lo ofreció a Calle a regañadientes. La castaña lo abrió, rebuscó en el interior y sacó un pliego de documentos y un bolígrafo. Garabateó algo en la última página y luego le tendió los papeles a Poché.

—Fírmalos.

Un incontrolable estremecimiento le  tensó las entrañas a Poché; cogió los documentos con una mano, los abrió y se tropezó con las tres únicas palabra de la creación que podían hacerle sentir un profundo miedo. Y una intensa ira.

—¿Demanda de divorcio? —La explosión de su voz reverberó en las paredes como un trueno.

Poché aplastó los documentos en la mano. Tragó saliva y pareció echar fuego por la nariz. Calle se sobresaltó.

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