Capítulo final

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Nochebuena.

Estaba a punto de salir de la terminal del aeropuerto Dallas/Fort Worth y me detuve para ponerme el abrigo. Maldición, volé desde Venezuela, donde en diciembre la temperatura media rondaba los treinta grados, hasta Dallas, donde tendría suerte si el termómetro marcaba diez. Era para hacer tiritar a cualquiera.

Me colgué el maletín al hombro y atravesé las puertas automáticas para enfrentarme al frío. Justo a tiempo; Juanjo me esperaba junto a la acera en el Jeep del Coronel.

Mi hermano saltó del vehículo y abrió la puerta de atrás antes de darme un pequeño abrazo.

—¿Qué tal estás?

«Jodida. Jodidísima.»

—Bien. ¿Y tú?

Se encogió los hombros.

—Es Navidad, así que debemos aparentar ser felices, ¿no crees? Liam, Laura y el bebé llegarán esta noche. Se quedarán unos días. Valentina no podrá venir

Bueno. Valentina estaba muy ocupada al otro lado del mundo y así eran todas las festividades  cuando decidió irse. Por lo menos tendría a Laura en casa.

—¿Qué tal les va? Supongo que el bebé estará enorme.

—¡No te haces una idea! El pequeño Caleb supone todo un reto. Tiene un carácter de mil demonios.

Lau decidió ponerle a su bebé Caleb en honor al Coronel, quien ella ha considerado un padre.

Tiré el maletín en la parte trasera del vehículo
y esbocé una sonrisa, contenta de que todo se haya resuelto positivamente para mi amiga tras un comienzo tan complicado.

—No me extraña. Ni Liam ni Lau han tenido nunca problemas para expresarse cuando están enfadados.

Juanjo se rió mientras se dirigía al asiento del conductor.

—Vamos, hay por aquí demasiados policías deseando ponerme una multa.

Me dirigí a la puerta de copiloto. —A ver... ¿qué más novedades? —pensó mi hermano en voz alta —. Mafe ya está en casa de papá.

Escucharlo fue como sentir un golpe en el pecho. Ver a Mafe me recordará todo lo que había perdido.

Calle sobrevivió a la caída por el ventanal porque Sotillo aterrizó debajo de ella, amortiguando el golpe. Aun así, sufrió una fuerte contusión y se rompió un brazo, perdiendo mucha sangre y el conocimiento; sin embargo en el hospital la estabilizaron con rapidez.

Me volví loca de preocupación por ella, pero
la policía me reclamó para realizarme infinidad de preguntas. Después fueron los altos cargos militares quienes exigieron mi presencia, agobiándome con un montón de papeleo burocrático. Intenté decirles que no contaran conmigo hasta que Calle estuviera bien, pero cuando los médicos aseguraron que sólo tenía lesiones menores y me llamó por teléfono un almirante amenazándome con un consejo de guerra si no explicaba por qué había matado a mi comandante, me vi obligada a marcharme. Fue el Coronel quien me tuvo al tanto de la salud de Calle hasta que se recuperó por completo.

Una vez incorporada al deber activo, intenté escribirle a Calle, pero no fui capaz de verter mis sentimientos en un papel. Además, habíamos firmado el divorcio y ella jamás se ha retractado, así que me mantuve en silencio. Durante todos estos meses, me dediqué con empeño a una misión tras otra, rechacé otro ascenso e intenté decidir qué hacer con el resto de mi vida. Algo sobre lo que todavía no tenía ni puta idea.

Intente dejar a un lado el dolor por la pérdida de Calle y toda la incertidumbre que me inundaba. No estaba de humor para celebrar las fiestas navideñas, pero pondría buena cara por la familia.

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