Capítulo 23

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María José Garzón.

Varios minutos después abandonamos el dormitorio y nos reunimos con mi papá quien, al parecer, se había hecho cargo de la cena de Mafe mientras me pasé los últimos veinte minutos con los labios pegados a los de Calle al tiempo que le masajeaba los hombros. Me hubiera gustado que ella hubiera dormido un poco, pero estaba demasiado preocupada por su madre para hacerlo. En cuanto Mafe estuviera dormida en su cama, estaba segura de que mi esposa haría lo mismo.

Mientras se calentaba la comida china, le acariciaba sus tensos hombros, intentando tranquilizarla. Nos sentamos después a la mesa para comer de las verduras hervidas, el pollo kungpao y el arroz.

Noté como Mafe observaba a su hija que picoteaba el brócoli y miraba desconcertada
de vez en cuando a mi padre.

Tras la comida, el Coronel y yo limpiamos la cocina en eficiente silencio, invitando a las mujeres a quedarse quietas.

Cuando terminamos, el Coronel alzó a Mafe en brazos, a pesar de las cansadas protestas de mi suegra, y la llevó a un dormitorio en el piso de arriba, contiguo al mío.

Calle los siguió, le dio a su madre la medicina y la arropó. Después de despedirse de su madre con un beso en la mejilla y de que ésta le brindara una débil sonrisa, se quedó dormida. Mientras observaba todo desde el umbral, busqué los ojos de mi esposa.

—Se pondrá bien —dije, pasándole el brazo por los hombros—. Sólo necesita descansar.

—Si empeora, la llevaré al médico —prometió el Coronel.

—Gracias —respondió Calle—. Recuerde que no sólo tiene dolor físico. No sólo necesita cuidados, sino también que alguien la escuche.

Dicho eso, Calle pasó junto a nosotros y salió de la habitación. Noté que mi padre se quedó perplejo.

—Supongo que ésa es la manera que tiene tu mujer de decir que he sido como un buldózer. Tiene razón.

—Piensa lo mismo de mí. —Metí las manos en los bolsillos—. Tú y yo estamos cortados por el mismo patrón. No sabría ocuparme de ella de una manera distinta. La amo.

El Coronel me lanzó una mirada ilegible.

—Ándate con cuidado, hija. Si la presionas demasiado, te obligará a dejarla irse.

Sabía que me hablaba la voz de la razón y la experiencia.

—¿Es eso lo que te ocurrió con mamá?

Sabía que no debería haber preguntado
pero, maldición, ni siquiera en ese instante comprendía por qué mi padre había dejado ir
a mamá. Él jamás me lo había explicado y, después de que se fuera, no volví a verla. Quizá comprender aquello me ayudaría con mi zozobrante unión.

—Con el paso del tiempo diría que sí. Intenté controlar tanto su vida para evitar perderla, que al final todo se volvió contra mí. —Se frotó la nuca—. Luna quería más afecto, quería saber que yo apreciaba sus sentimientos y opiniones, pero lo único que se me daba realmente bien era protegerla y, cuando no estaba de misión, mostrarle lo mucho que la deseaba. No fue suficiente.

Respiré hondo. Había muchas similitudes entre ambas situaciones.

—Ella quería marcharse; lo entiendo. Pero tú te diste por vencido y la dejaste ir con suma facilidad.

—¿De verdad crees que me resultó fácil? —gruñó—. Dejarla marchar fue lo más difícil que he hecho nunca. La amaba, pero no sabía ser cómo ella quería. Le di espacio, accedí a la separación. Con esa estrategia esperaba que se diera cuenta de cómo había cambiado. Luego me enteré de que se estaba viendo con otro hombre. A pesar de la furia que me embargó, seguí esperando que volviera hasta el día de su muerte. Al final me di cuenta de que la había amado tanto como para dejarla libre; sin embargo, ella no me amaba lo suficiente como para regresar conmigo. No podía obligarla.

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