Capítulo 17

359 37 0
                                    

2/5

María José Garzón

Son las seis de la mañana, me meto el móvil en el bolsillo con una maldición y me dirijo al interior del hospital. No me gusta nada todo esto.

Las últimas cuarenta y ocho horas fueron una pérdida de tiempo total. No había encontrado a ninguno de los miembros de la antigua banda de Víctor Sotillo. Por lo que averigüé, la organización se tambalea al borde del desastre. Ahora se dedican a sobornar a los gobernantes locales que, a su vez, negociaban con Irán para financiar terroristas y armas nucleares.

Mi informante me había asegurado que Adán Sotillo, el bailarín de salsa hermano de Víctor había muerto; aunque no tengo pruebas de ello. Si eso es cierto, si no es el hermano del traficante de armas quien se ha hecho cargo del negocio ilegal, ¿quién maneja ahora los hilos de la organización?

Aunque lo que más perpleja me dejó es que me hayan enviado a Venezuela. ¿Era esa la jodida emergencia por la que había tenido que interrumpir mi permiso? Un asunto del que no encontré ninguna prueba.

Por lo general, cuando los cuatro miembros de mi unidad de SEALs acuden a alguno de los lugares frecuentados por Sotillo, las cosas suelen ponerse feas con suma rapidez. Ahora no habíamos encontrado nada.

¿Sería posible que la súbita muerte de Adán,
así como la de Víctor, hubiera obligado a los criminales a cambiar de planes? ¿Acaso
alguien les había avisado? Sea como sea, la «emergencia» que surgió y que me había llevado hasta Venezuela, interrumpiendo mi luna de miel, no había sido tal y estoy muy cabreada por ello.

En cuanto tenga delante a Barnes... Pienso comérmela con patatas. Muy respetuosamente, por supuesto. Algo que haría que me reprendan, ya que a Andy le gusta hacer ostentación de su poder recién adquirido. Pero ahora tengo entre manos un problema mucho mayor que ése.

Comprendo la necesidad de dejarlo todo para ayudar a un ser querido. Respeto a Calle por anteponer el bienestar de su madre al suyo, ya que yo lo hago todos los días en la Marina pero, maldición, ella no esta preparada para estas situaciones. Había desobedecido todas las órdenes que le había dado y escapado del guardaespaldas que le había puesto. No pidió ayuda cuando lo necesitaba.

Se que ella se resistirá al castigo, aunque se lo merezca y necesito sentir que Calle se someta
a mi autoridad, que me acepte. Necesito relacionarme con ella de una manera que jamás había necesitado de nada ni nadie.

No soy una de esos capullos que se asustan por los compromisos y las emociones, pero no es el único término de la ecuación. La presioné hasta su límite físico y mental antes de irme a la misión.

Llevo tres días rebosando adrenalina y sin dormir. Mi estado de ánimo es pésimo y mi humor peor. En condiciones normales no me acercaría a Calle hasta que hubiera descansado y estuviera más tranquila, pero como tengo que volver a irme el domingo por la mañana, y probablemente no volveré a verla hasta varios meses después, no puedo perder el tiempo. Tengo que reunirme y tratar con ella ahora.

Una vez dentro del inmaculado vestíbulo blanco del hospital, paso ante el dormido recepcionista y me dirijo a los ascensores. Cuento hasta diez. Veinte... ¡Joder, no me apaciguaría ni contando hasta mil! Si Nick no hubiera tenido la situación bajo control, Calle podría haber caído en las garras de un asesino. Con sólo pensarlo se me detenía el corazón y se me helaba la sangre.

El ascensor se detuvo en el tercer piso con un campanilleo. Recorro el pasillo y veo a Nick entre las sombras, frente al mostrador de las enfermeras, tal y como me había prometido. Hans y Anna se habían ido a casa a dormir. Liam está con su esposa. Ninguno fue capaz de convencer a Calle para que dejara el hospital y descansara en un lugar seguro.

La mano me hormiguea, voy a zurrarla a base de bien. Después de haber acomodado a su madre, vamos a pasarnos horas durmiendo, haciendo el amor y resolviendo nuestros problemas.

Haré lo que sea necesario para que ella me prometa que no volverá a ponerse en peligro otra vez y ganarme su amor antes del domingo.

Por fin, la 304. Sin embargo, la última docena
de pasos me resultaron interminable. Doblo la esquina y entro en la habitación. Y me quedo helada.

En la estancia hay dos sillas, Calle está sentada en una de ellas, encima del regazo de Ben.

Tiene la cabeza apoyada en el hombro de él y lo rodea con los brazos, profundamente dormida. Ben tiene una mano sobre los muslos de mi esposa y los dedos caen sobre sus caderas. Con el otro brazo le rodea la nuca. Los dos parecen cómodos. Íntimos.

La imagen es como un ariete impactando contra mi plexo solar.

A mi espalda, escucho pasos y sé, sin mirar, que pertenecen a Nick.

—¿Cuánto tiempo lleva él aquí? — trago saliva, pero nada puede mantener alejada la aguda furia que está a punto de explotar en mi interior.

—Fue quien trajo a Calle y a su madre el lunes por la noche. Apenas ha salido desde entonces.

Calle no ha ido a ningún sitio con él, pero…

La frase inacabada de Nick sugiere que, dada la intimidad del abrazo, del afecto que muestran incluso en el sueño, sólo es cuestión de tiempo
para que ella vuelva a estar con Ben, y por lo que puedo observar, parece una valoración muy precisa.

¡Mierda!

El meollo de la cuestión es que Ben ha estado aquí cuando ella lo necesitó y yo no.

«¿Qué esperabas? ¿Una esposa ausente no me puede dar lo que necesito?» El sí pudo.

Mi madre le había gritado esas palabras a mi padre quince años antes. Mis hermanos y yo no volvimos a ver a Martha, salvo cuando firmó los papeles del divorcio, antes de morir.

Cierro los puños y me quedo mirando a mi esposa, acurrucada en el regazo de Ben, mientras un millón de pensamientos atraviesan mi cabeza a toda velocidad.

Puedo darme la vuelta, salir de aquí y no volver nunca más, pero eso es justo lo que había hecho el Coronel cuando su esposa comenzó a relacionarse con otro. Y lo que le había hecho añicos el corazón. Yo no me rendiré.

Mi padre jamás volvió a ser el mismo tras el amargo divorcio, y se que si dejo ir a Calle, seguiré el mismo camino que él. A diferencia
del Coronel, no tiraré la toalla sin luchar.

—¿Quieres matarlo tú o me lo dejas a mí? —susurró Nick.

Había apostado que mi amigo se pondría de parte de Ben, dado que había sentido un amor no correspondido por Alyssa, la mujer de Alex, durante más de un año. Pero ahora no es el momento de pensar en Nick.

—No lo haremos ninguno de los dos. Yo se la quité a Ben. Quizá haya pensado que esto se trata del diente por diente. Ya hablaré con él más tarde. A la madre de Calle no le darán el alta hasta última hora de la mañana, así que voy a tener una charla larga, muy larga, con mi mujer.

Cuando terminara, ella tendrá muy claro lo que soy capaz de hacer para demostrarle que es mía.

Pero Tú! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora