Capítulo 13

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Daniela Calle

Estaba tendida sobre las sábanas como una virgen dispuesta para el sacrificio, con los brazos y las piernas estirados en la cama. Notaba una sombra entre los muslos.

No puedo verle la cara. El cabello largo negro y unos fuertes y blancos hombros, es lo que puedo percibir.

Desliza unas manos poderosas por mis muslos hasta llegar a mis caderas. Siento un hormigueo en todas las partes que me toca. Entonces, me pone la palma de su mano ahí, y todas las sensaciones convergieron en un dolor imparable que incrementa cuando me frota el clítoris con el pulgar de una manera ardiente
e implacable.

Me remuevo inquieta, intentando captar mejor esa sensación. El deseo se multiplica, se agudiza, crece como una tormenta tropical arremolinándose a mi alrededor. Gimo y trato de agarrarme a algo para mantener el equilibrio, pero no encuentro nada. No tenía escapatoria. Ella asegurándose de que note cada uno de los hábiles y suaves roces de sus manos… Pero no me da suficiente como para alcanzar la liberación.

«Más… ¡Por favor!»

Gimo mientras me muevo, presa de una agitada necesidad. Ella se detiene; no mueve ni un músculo, no sigue proporcionando esa atención tan perfecta a mi clítoris. El dulce dolor entre mis piernas se vuelve voraz.

Quiero implorar, pero no puedo hablar. Gimo
de frustración. Como si ella me hubiera entendido, comienza a prodigar nuevas caricias a mi clítoris; más duro, más rápido… casi la presión perfecta para lanzarme hacia un orgasmo explosivo. Incrementa las sensaciones deslizando algo en mi interior y aguijoneando un sensible lugar y haciendo que me ahogue en una piscina de necesidad.

En alguna parte de mi mente nebulosa sabía que estaba inmersa en una increíble fantasía sexual, pero aquello era demasiado delicioso para despertarme. Saber que todo estaba en mi cabeza hizo que me deje llevar por aquel creciente placer. «Dios», la sexy mujer sabe cómo tocar mi cuerpo… ¿no es como alcanzar el paraíso?

Arqueo la espalda, alzando mi cuerpo y apretando los puños mientras me muevo
con alocada agitación en busca de ese pequeño roce donde más lo necesito. Estaba casi al límite, a punto de explotar. Se aleja de nuevo, proporcionándome una caricia más suave, evitando los lugares más sensibles. Gimo en protesta.

Necesito eso. Puede que sea un sueño, pero es muy vivido. Quiero verla, preguntarle por qué me atormenta de esta manera, quiero suplicarle que me de alivio.

—Calle…

El susurro fue tan real como el cálido aliento contra mi pecho.

Abro los ojos. Poché estaba arrodillada entre mis piernas. Su cuerpo casi sobre el mío y me observa con una mirada fija y depredadora. Su cabello despeinado cayendo sobre sus hombros, le da un aire tierno, pero sabía que aquello era imposible.

Poché lleva unos descoloridos pantalones y un top que dejan al descubierto su abdomen ejercitado. Tiene cerrada la cremallera, pero no el botón y, en aquel punto, asoma el final de la protuberancia que tensa la bragueta. Casi me atraganté. Mi deseo alcanzando un grado más elevado.

Sin dejar de mirarme a los ojos, Poché me coge por los muslos y desliza sus manos hacia arriba, de regreso a mi sexo húmedo y anhelante. Comienza a juguetear con mi clítoris.

Supe que lo que había estado sintiendo no había sido un sueño. Ella me ha llevado hasta la misma orilla del clímax y me había dejado allí, anhelante y dolorida. Tal y como había prometido que haría.

Deseo arrancarle la cabeza, decirle que me deje en paz. Pero si le digo eso, ella tomaría el desafío como algo personal. No podría disfrutar del orgasmo ni ahora ni en mucho tiempo. Y habría cumplido su cometido como imagino que hace todas las cosas, completa y hábilmente. Por culpa de sus doctas caricias, necesito lo que sólo ella puede darme… si me decido de una vez.

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