Capítulo 12

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Poché

No me sorprende que Calle se tensara entre
mis brazos, ésa ha sido mi intención cuando
la presioné.

La sujeto por las caderas y espero. Mi pequeña fiera quiere entregarse —puedo sentir su necesidad—, pero esa mente independiente suya está llena de cicatrices y ha hecho prevalecer su desconfianza antes de intentar conocerme. Lo entiendo; Calle tiene dificultades para conciliar lo que quiere con lo que piensa que debe querer. Pretendo solucionar esa contradicción lo antes posible.

—Maldita sea, no sigas haciéndome esto. Sigue o déjalo. —Menea su trasero, pero no me está invitado sino retando—Señora.

¿De verdad piensa que me haría perder el control y que lograría tentarme para que la folle como quiere? No ocurrirá, pero ¡qué tentador sería sumergirme en ese túnel resbaladizo y demostrarle el alcance de la lujuria que siento por ella!

Reprimo el pensamiento al instante e interrumpo todo movimiento.

—Podemos hacerlo por las buenas —le susurro al oído—. Si te muestras dócil y sumisa, si cedes a mi autoridad, yo te recompensaré. También podemos hacerlo por las malas, aunque no te gustaría nada que yo me retirara y te atara a la cama. Odiarías que te despertara cada hora, te excitara hasta que no pudieras soportarlo más y luego no te dejara alcanzar el orgasmo hasta que hicieras lo que te ordenara. No, cielo, no te gustaría nada que tuviera que hacer eso.

Le acaricio el vientre… Y sigo bajando hasta el húmedo vello para introducir los dedos entre sus tiernos pliegues que protegen el clítoris.

Ella gime. Siento cómo su sexo palpita en torno a mi polla y maldigo entre dientes. El deseo que siento por ella me ha cubierto la frente y la espalda de sudor. La sangre me hierve en las venas. Deseando follarla hasta que ambas alcancemos la satisfacción total, pero antes es necesario dejar claro quién manda; quién tiene el control. Una vez que ella se someta, las dos seremos más felices. Lo sé, sin embargo, que conseguir que ella se rinda será muy difícil.

—¡Maldición! No puedes simplemente… —Gime y se empuja hacia mí, provocando que me clave más profundamente en su apretado y sedoso sexo.

Me tengo que morder la lengua literalmente para contener un gemido.

Dejar que ella sepa lo mucho que disfruto, a pesar de su desobediencia, sólo servirá para alentarla.

—No me presiones.

—¿O qué? —Su voz es sugerente, una intoxicante combinación de temor y anhelo. Alza una mano y me rodea el cuello, haciendo que me apoye en su espalda y atrayendo mis labios hacia los de ella.

Giro la cabeza, rechazando el beso, contestando a su pregunta, pero ella sigue presionando intentando que haga las cosas a su manera. Y eso es impensable.

—Separa más las piernas.

Pasa un buen rato antes de que ella acceda. Suspiro en parte de alivio y en parte porque la imagen que ella me ofrece es una de las más eróticas que haya visto nunca.

—¡Quieta! No muevas las manos. Puedes gemir y gritar mi nombre, nada más.

—No me gusta que me des órdenes —jadea ella.

—A mí no me gusta que me desafíes. Es mi última advertencia.

Seguí sumergida en el apretado interior de su sexo, muriéndome de ganas por retirarme y volver a deslizarme en su interior, por friccionar aquel lugar secreto y hacerla alcanzar el éxtasis que me proporcionaría a mí el sublime delirio de oírla gritar mi nombre.

A pesar de ello estoy preparada para castigarla si vuelve a desobedecerme.

Ella ya está obteniendo más de lo que se merece. Estoy siendo blanda con ella porque sé que nunca se ha sometido antes y que las últimas veinticuatro horas habían sido muy duras. Sin embargo mentiría si dijera que la promesa del frenesí que late en mis testículos y que hace palpitar mi polla no hace que esté a punto de mandar a freír espárragos todas mis buenas intenciones.

Pero Tú! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora