Capítulo 4.

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Anastasia

Despierto vuelta un lío, la cabeza la siento más grande lo normal y el dolor consigo es insoportable.

No sé cómo llegué a mi cama pero la siento más cómoda que nunca, la luz que se filtra por la ventana me molesta en los ojos y el sonido de la música de afuera me quema los oídos.

Abro los ojos de golpe recordando que yo vivo con mi abuela y que la única mujer que limpia mi apartamento no trabaja los domingos así que no tiene porque haber música. Muevo los ojos a todos lados cuando me doy cuenta que efectivamente no estoy en mi casa, levanto la sabana buscando indicios de otra cosa pero llevo una playera puesta, me la llevo a la nariz notando que huele a hombre, volteo a mirarme en el espejo a un lado y cualquiera pensaría que me explotó el secador de cabello en la cabeza.

Intento levantarme pero me voy de bruces contra la cama de nuevo. Todo me da vueltas y no sé dónde carajos estoy porque tengo la mente en blanco. Una arcada de vomito se apodera de mí y como puedo corro hasta el baño vaciando mi estómago en el retrete, «No vuelvo a tomar así»

Me lavo la boca con con el enjuague bucal qué hay sobre el lavabo y medio acomodo mi cabello con la mano. Descalza y sin saber dónde rayos estoy camino hasta la puerta abriéndola lentamente, la música se hace más fuerte y a medida que camino por el pasillo con los ojos entrecerrados voy dándome cuenta de dónde estoy por las fotos puestas en la pared.

Llego a la sala quedándome boquiabierta con el semental que está de espaldas haciendo ejercicio. Se voltea cuando percata mi presencia y los ojos se me van al abdomen esculpido por los mismos dioses del olimpo.

—Una hora más y comenzaría a cobrarte la estadía —espeta colocando las pesas en el piso.

—Buenos días para ti también —ruedo los ojos sentándome en el sofá— ¿Qué pasó anoche?

—Eso te pregunto yo a ti —toma agua— te vomitaste en mi baño.

Los recuerdos poco a poco comienzan a llegar.

—Lo siento —me disculpo— prometo comprarte unos zapatos nuevos.

Su mirada se pasea por mis piernas desnudas a la par que yo visualizo lo qué hay a mi alrededor. Tiene buen gusto en decoración, todo es blanco y negro con un toque minimalista.

—Despreocúpate —me dice en tono sarcástico— tengo mil pares como ese.

—Que sensato... —me burlo— ¿Dónde está mi ropa?

—En la lavadora —señala la parte de atrás de la cocina— me temo que tendré que añadirte la lavada a la factura de lo que me debes.

Lo miro.

—¿Algún día dejas de ser un hijo de puta? —le reclamo— me da curiosidad el cómo serás con tu novia.

Suelta una risita.

—No te quiero ver en mi club de nuevo —dice— no es lugar para ti.

—Que yo sepa tú no decides lo que es para mí o no —le aclaro— no quieras tomar el puesto de hermanito preocupado porque no te queda.

Toma sus cosas de la mesa.

—En el refrigerador hay comida —se encamina al pasillo— prepárate lo que quieras.

«Lo que quiera» no sé cocinar ni un huevo frito.

—Vale.

Se marcha supongo que a la ducha  y me voy a la cocina abriendo el refrigerador viendo qué hay más comida sana que cualquier cosa.

INEVITABLE ATRACCIÓN | JEON JUNGKOOK +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora