Unos vienen y otros van

235 13 0
                                    

En la tienda de telas de Madame Delacroix, el sonido de tijeras cortando y agujas cosiendo llenaba el aire. Elizabeth observaba a Genevieve mientras terminaba los últimos detalles de su vestido, el cual necesitaba para su cita con el conde esa misma tarde. A pesar de los recientes eventos, había una cierta esperanza y nerviosismo en su mirada.

—¡Voilà! —exclamó Genevieve, admirando su obra— Terminé justo a tiempo. Este vestido te hará lucir aún más encantadora, si es posible.

Elizabeth sonrió, aunque sus pensamientos estaban lejos de la tela y las costuras.

—Gracias, Genevieve. Estoy algo nerviosa por esta tarde.

Su cómplice amiga levantó una ceja mientras ajustaba un dobladillo.

—¿Nerviosa? ¿Por qué? El conde de Sheffield parece muy interesado en ti.

Elizabeth suspiró.

—Después de lo que pasó anoche... No estoy tan segura. Anthony causó tanto alboroto... ¿Y si el conde decide que no quiere tener nada que ver con esto?

Genevieve rió suavemente, con una chispa de diversión en sus ojos.

—Oh, no te preocupes por eso- enhebró un hilo- Si el conde se deja influenciar por los escándalos ajenos, entonces no merece tu tiempo. Además, los hombres pueden ser muy infantiles a veces. Es algo normal.

Elizabeth sonrió, apreciando el intento de Madame Delacroix de aliviar su preocupación. Luego, su expresión se tornó más seria.

—Te diré algo. Anoche... —dudó un momento antes de continuar— Anoche, mientras cuidaba a Anthony, le dije algo que no creo que él recuerde.

Madame Delacroix se detuvo un momento y miró a Elizabeth con curiosidad.

—¿Y qué fue lo que le dijiste, chérie?

Elizabeth bajó la voz, sintiendo un leve rubor en sus mejillas.

—Le dije que siempre lo querré. Pero él estaba dormido.

Genevieve sonrió de una manera que combinaba picardía y ternura.

—Ah, el amor no correspondido... Siempre tan dramático. Pero no te preocupes. A veces los hombres necesitan un buen golpe en la cabeza para darse cuenta de lo que tienen frente a ellos. Literalmente, en el caso de Anthony.

Elizabeth rió suavemente, agradecida por el apoyo de su amiga.

—Sí, supongo que tienes razón. Pero volvamos a la cita... Me preocupa que el conde no se presente.

—Si el conde no aparece, puedes culpar a Anthony por haber causado el alboroto. Pero, sinceramente, no creo que eso suceda. Eres una mujer maravillosa y cualquier hombre con sentido común lo ve solo con mirarte.

Elizabeth tomó una respiración profunda y asintió, sintiendo que algo de su nerviosismo se desvanecía gracias a las palabras de su leal compañera.

—Gracias. Siempre tienes las palabras perfectas.

Madame Delacroix sonrió y le dio un pequeño apretón en la mano, con cariño. En ese instante, la campanilla de la puerta de la tienda de telas sonó, atrayendo la atención de Elizabeth y Genevieve. Aún no habían abierto, así que era extraño. Ante la llamada, Elizabeth se levantó rápidamente, alisando su vestido, y Madame Delacroix se volvió hacia la entrada, lista para recibir a la visitante.
Lady Knightley, la directora del club, apareció en la entrada. Llevaba un elegante vestido de color oscuro y una expresión de seriedad mezclada con tristeza. Se detuvo un momento antes de hablar.

—Disculpen la interrupción —dijo la señora, con voz suave pero firme— ¿Puedo pasar?

Genevieve asintió y sonrió cortésmente.

Los Bridgerton: Vidas pasadas (Anthony Bridgerton)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora