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Capítulo 3: ¿Las puertas del infierno?.

El semáforo se pone en rojo y, casi sin poder evitarlo, vuelvo a mirarlo. Hay algo en él que me resulta fascinante. Parece bastante joven para ser un trabajador de mi padre, y su apariencia es impecable. Lleva una camisa negra perfectamente planchada, que resalta su figura esbelta, y unos jeans que parecen recién comprados. Cada detalle de su atuendo denota elegancia y buen gusto, desde los zapatos de cuero pulido hasta el reloj de diseño que adorna su muñeca.

Me pregunto quién será realmente. Su porte es distinguido, y la forma en que se mueve, con una confianza natural, sugiere que está acostumbrado a ambientes de lujo. No es solo su ropa lo que llama la atención, sino también su actitud. Hay una seguridad en su mirada y en su postura que me intriga profundamente.

—¿Trabajas para mi padre? —pregunto con curiosidad, rompiendo el silencio que se ha instalado entre nosotros.

Él gira la cabeza ligeramente, sus ojos oscuros se encuentran con los míos por un breve momento antes de volver a mirar al frente.

—Sí, se podría decir que sí —responde con su voz calmada y medida. —, pero no es solo eso, ahora Alaric es mi padrastro

Mi corazón empieza a acelerar los latidos y desvío la mirada de aquél chico. Él no puede ser Lucas, él no es el hijo de Vanesa, él no es mi hermanastro. Me niego. Me niego mucho.

—Te has quedado helada —dice él, y siento mis mejillas arder de la vergüenza.

—Es que no pensé que fueras mi... el hijo de Vanesa. Creo que me arrepiento de llamarte idiota —digo, tratando de mantener la compostura.

—Estuvo mal de tu parte, pero ese comportamiento era de esperarse de una niña como tú —responde él, con una sonrisa burlona.

—Pensándolo bien, no me arrepiento de llamarte idiota, eso es exactamente lo que eres —replico, cruzando los brazos.

Él suspira, casi en una risa, mientras niega lentamente con la cabeza, sin apartar la vista del semáforo. Los segundos se hacen eternos y no sé si mirar a Lucas con enojo o curiosidad. La respuesta sensata sería no mirarlo, pero se me estaba haciendo muy difícil.

La luz del semáforo cambia a verde, y en un acto reflejo, giro la cabeza para observar a Lucas. Él acelera suavemente, y me obligo a volver la vista al frente, mientras mis dedos juegan nerviosamente con los hilos sueltos de mi short rasgado. El silencio en el coche es denso, casi palpable.

Finalmente, frente a nosotros, sobre una pequeña colina que se alza majestuosa junto al océano, aparece la famosa mansión de mi padre. La estructura es imponente, con su diseño simétrico y cuadrado que le da un aire de fortaleza inexpugnable. Está rodeada por un denso bosque que se extiende hacia el horizonte, y una alta reja de hierro forjado protege la entrada, añadiendo un toque de misterio y exclusividad.

La vista es simplemente impresionante. Desde la colina, el océano se despliega en toda su magnificencia, una vasta extensión de azul profundo que parece no tener fin. El sol, en su descenso hacia el horizonte, tiñe el cielo de tonos naranjas y rosados, creando un espectáculo de colores que se refleja en las aguas tranquilas. Es un momento de belleza sublime, una pausa en el tiempo que contrasta con la tensión que siento en mi pecho.

—Pareces sorprendida, ¿te parece que esta casa es pequeña?, ¿acaso la tuya es de oro? —pregunta Lucas, con un tono que mezcla curiosidad y burla.

Alguien como túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora