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Capítulo 8: Dulce como fresa, frío como helado.

Bajo el cálido sol de verano, mis pies tocan las piedras lisas del camino mientras avanzo hacia la playa. El aire salado acaricia mi piel y el sonido de las olas rompiendo en la orilla me envuelve.

A lo lejos, la arena se extiende como un lienzo dorado, salpicado de reposeras y toallas multicolores. Las personas se relajan bajo el sol, sus cuerpos tumbados como hojas secas. Los niños corretean, sus risas llenando el aire, mientras los equipos de vóley y fútbol se disputan la arena caliente. El mar, siempre paciente, acaricia la costa con sus olas juguetonas.

Mis ojos buscan a mi padre, y lo encuentro sentado junto a Vanesa bajo una sombrilla gigante. Su risa se mezcla con el murmullo del mar mientras charlan animadamente. Me acerco, y ellos me señalan una silla vacía a su lado. La otra, sin duda, pertenece a Lucas.

Me recuesto en la silla, sintiendo la suave brisa en mi piel. Vanesa me tiende el bloqueador solar, y lo aplico con cuidado, disfrutando de la textura fresca y el aroma a coco. El día se despliega ante mí como un abanico de posibilidades: el sol, el mar, la compañía de mi familia.

Pero entonces, una sombra se cierne sobre mí. Giro la cabeza y allí está él: Lucas. Solo lleva unos shorts de baño, su piel brilla bajo el sol. Sus abdominales marcados son como una obra de arte, y no puedo evitar mirarlo por más tiempo del que pretendía.

Me giro rápidamente hacia adelante, intentando disimular mi interés. El mar sigue su eterno vaivén, y mi corazón late con una mezcla de emoción y nerviosismo.

—¿Por qué no van a comprar algo para que comamos? —pregunta la mujer, con una sonrisa.

—La ensalada de frutas se oye bien —dice mi padre, dejando su celular de lado.

—Yo quiero lo mismo —contesta Vanesa, con emoción.

Lucas se levantó y me hizo una señal con la cabeza. Lo seguí hacia los puestos de comida. El aroma a comida fresca llenó el aire, y me sentí, momentáneamente, libre de preocupaciones. Lucas habló con el hombre que atendía el puesto.

—Buenas tardes —dijo Lucas con una sonrisa. —, ¿me podría dar dos ensaladas de frutas, un helado de chocolate y... —dirigió su mirada hacia mi. —, ¿tú qué vas a querer?

Me sentí como una niña pequeña bajo la mirada inquisitiva de Lucas. Rodé los ojos y señalé los helados.

—Y un helado de fresa, por favor —pide Lucas.

El hombre preparó el pedido con eficiencia. Lucas pagó y me entregó un vaso con ensalada de frutas y el helado de fresa.

—Cuidado, no vayas a tirar nada —me advierte con tono serio.

—No soy una niña —le respondo, sintiendo la irritación crecer en mí.

—Entonces mira hacia adelante y camina correctamente

Exhalo un suspiro y continúo avanzando. Al llegar junto a mi padre, le entrego el vaso de fruta. Me siento en mi silla y saboreo el helado como si no hubiera probado uno en años.

 Me siento en mi silla y saboreo el helado como si no hubiera probado uno en años

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