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Capítulo 25: La sorpresa.

Cuando los cuatro nos separamos, miro a mi padre con cariño y agradecimiento. Sus ojos reflejan una mezcla de orgullo y nostalgia, y me doy cuenta de cuánto hemos crecido y cambiado. Los años han pasado, y aunque hemos tenido nuestras diferencias y desafíos, el vínculo que compartimos sigue siendo fuerte y significativo.

—Gracias por estar para mí —le susurro, aceptando que los problemas y diferencias que tuve con él han quedado en el pasado y que aún lo sigo queriendo como mi padre. Sus ojos se suavizan al escuchar mis palabras, y veo una chispa de emoción en su mirada. Es un momento de reconciliación silenciosa, un reconocimiento de todo lo que hemos superado juntos y separados.

El hombre se acerca y me acaricia la mejilla con ternura antes de hablarnos a Lucas y a mí. Su toque es cálido y reconfortante, lleno de amor y protección.

—No vuelvan tarde, y Lucas, si bebes alcohol, no manejes, pueden quedarse allí en una habitación, ¿entendido? —Su voz es firme pero cariñosa, mostrando su preocupación y cuidado por nosotros.

Lucas asiente, casi con timidez, pero con una firmeza que me hace sentir segura.

—Sí, no se preocupe, me encargaré de cuidarla siempre —contesta, y sus palabras me llenan de una sensación de seguridad y confianza. Sé que puedo contar con él, que estará a mi lado en cada paso del camino.

Nos despedimos de nuestros padres y subimos al coche. Lucas empieza a conducir y, como ya se le hizo costumbre, coloca su mano sobre mi pierna. Una sonrisa se me escapa al sentir su toque cálido y familiar.

—¿Estás emocionada? —pregunta él, con una chispa de entusiasmo en sus ojos.

—Sí, mucho —le contesto, sin poder dejar de sonreír. La emoción burbujea dentro de mí, anticipando la noche que nos espera.

—Debo admitir que casi me desmayé allí dentro —dice Lucas, rompiendo el silencio con una confesión inesperada.

—¿Por qué? —pregunto, sorprendida.

—No sabía qué ibas a decir, existe siempre la posibilidad de un "no" como respuesta —admite, con una sinceridad que me conmueve.

—Qué tonto eres —susurro, y se me escapa una leve risa, casi silenciosa. La tensión se disipa y el ambiente se llena de una calidez reconfortante.

—A veces sí, lo soy —dice él, uniéndose a la risa. Su risa también es contagiosa y pronto ambos estamos riendo, disfrutando del momento y de la compañía mutua.

El viaje continúa en un silencio cómodo, mientras el coche avanza por las calles iluminadas por las luces de la ciudad. Finalmente, llegamos al hotel que ya conozco bien, el de mi padre. Lucas baja del coche con una rapidez que denota su entusiasmo, da la vuelta y, con una sonrisa cálida, me abre la puerta. Me tiende la mano con un gesto galante y me ayuda a bajar del coche. Siento un cosquilleo en el estómago al tomar su mano, una mezcla de nervios y emoción.

Ambos caminamos hacia el interior del edificio, nuestras manos entrelazadas, sintiendo la calidez del contacto. Al llegar a la recepción, una joven nos recibe con una sonrisa profesional y nos indica que podemos proceder. La curiosidad me invade, pero decido dejarme llevar por la sorpresa que Lucas ha preparado.

Nos dirigimos al ascensor y, al abrirse las puertas, subimos hasta lo más alto del hotel. Al salir, mis ojos se abren con asombro al reconocer el lugar. Es la misma terraza donde se celebró aquella fiesta la primera vez que vine aquí, el lugar donde mi relación de odio con Lucas comenzó a transformarse en algo mucho más complejo y profundo.

Alguien como túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora