Prólogo

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Alguien me dijo una vez que cuando escribiera un texto, no buscara una razón para hacerlo ni una validación. Solo me sugirió disfrutarlo. Me dijo que las palabras y frases que creaba eran lo bonito de la escritura, y que no todos tenían que comprenderlas o aprobarlas. Lo importante era que me hiciera sentir bien.

Ese consejo me liberó de la presión de la perfección y el juicio externo. Me permitió ver la escritura como una forma personal de expresión que no necesitaba justificación. Las palabras fluían de mis dedos, formando historias, pensamientos y emociones. Cada frase y párrafo reflejaba mi esencia, creando un mosaico de mi ser.

Decidí escribir este libro sin miedo al fracaso o al éxito. Entendí que la verdadera satisfacción no vendría del reconocimiento de otros, sino de la creación misma. La escritura se convirtió en un refugio donde podía ser vulnerable y valiente. Un lugar donde mis sueños, miedos y esperanzas cobraban vida, y cada palabra era un acto de amor propio.

Este libro es una manifestación de mi libertad. No importa cuántas personas lo lean o lo comprendan. Lo importante es que existe y que cada página testimonia mi viaje personal. A través de la escritura, he aprendido a valorarme y reconocer que, aunque no todos aprecien mi obra, tiene un valor incalculable para mí.

Así, con cada capítulo, me sumerjo más en este mundo de palabras, explorando nuevas ideas y descubriendo partes de mí que desconocía. Cuando dudo, recuerdo aquel consejo: la belleza de la escritura está en expresar lo que llevamos dentro, sin necesitar la aprobación de otros. Es un acto de amor hacia uno mismo y un recordatorio de que nuestras historias merecen ser contadas.

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