Capitulo 64: La chica en la torre

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Aegon subió las escaleras, respirando agitadamente mientras subía cada escalón. La caminata era jodidamente miserable. No sabía cómo Helaena solía hacerlo todos los días antes de mudarse a La Casa de las Puertas Torcidas. Se agarró el costado, Ser Willis Fell miraba a cualquier lado menos a su Rey. El caballero no tuvo el menor problema para caminar con armadura completa, y mucho menos Aegon, que solo vestía de cuero. Ser Criston estaba demasiado ocupado procesando las revelaciones anteriores como para pensar mucho en él.


A esa altura, el olor a mierda se disipó. Lo único bueno de estar en una torre. Podría ser la razón por la que Helaena deseaba vivir allí. Llamó a la puerta, balanceándose sobre sus talones mientras miraba una pintura cercana de la reina Alyssane. Su montura, Silverwing, permanecía en el fondo, en lo alto del cielo. El dragón aún vivía en algún lugar de Rocadragón con su compañero Vermithor, la montura del rey Jaehaerys. Aegon le hizo preguntarse a quién elegiría algún día su Sunfyre como segundo jinete. ¿Quizás un nieto o bisnieto suyo?


Volvió a golpear la puerta, perdiendo la paciencia. Esta vez con más fuerza. Cuando Helaena siguió sin responder, se burló.


—Quédense aquí —ordenó a su Guardia Real, antes de gritar que entraría. Todas esas malditas escaleras y no iba a hacer de él un viaje inútil.


Aegon no había estado en las habitaciones de Helaena durante años. Debían haber sido niños la última vez que estuvo. Un tapiz de varios insectos que Helaena coleccionaba ocupaba una gran parte de la pared. Su hermana tenía que ser la única persona que lloraba cuando los insectos morían. Una cama sencilla con un tocador, su cepillo de pelo y un espejo tirados sobre ella. Una caja de cristal con algún insecto, sin duda. Echó un vistazo al balcón que los comunicaba y vio a Helaena sentada en la barandilla. El cabello suelto a diferencia de sus habituales trenzas y lazos prístinos, mirando fijamente al mar.


—Viniste —susurró, como si no lo esperara.


Aegon se encogió de hombros y estiró una pierna para sentarse con ella. —Luna dijo que me necesitabas para algo.


Helaena tarareó. Las lágrimas se asomaron a sus ojos, pero no las dejó caer. La piel debajo de sus ojos era de un pálido tono índigo. —Aemond hace lo que puede. Todos tenemos defectos. Creo que lo llevamos en la sangre.


"Aemond hizo que fuera difícil tener paz".


—Se preocupó por nuestros hijos. No puedes culparlo por eso. Dejó de hacerlo después de que Luna le pidió a Daemon que hiciera el Juramento Inquebrantable.

Guía de Luna Lovegood para los príncipes encantadores*TRADUCCION*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora