Capitulo 6

22 10 29
                                    

Emiliano

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Emiliano

El sol apenas se asomaba sobre el horizonte cuando recogí a Luciana frente a la casa de su abuela. Su sonrisa, tímida pero expectante, iluminó la mañana más que el amanecer mismo. Me tomé un momento para apreciar su belleza natural, tan en sintonía con el entorno de Tamarindo.

— Buenos días. Espero que estés lista para una aventura. Le dije, entregándole un café para llevar.

Luciana tomó el café, sus dedos rozando los míos por un instante. El breve contacto envió una corriente eléctrica por mi brazo.

— Siempre estoy lista para una aventura, respondió, sus ojos brillando con anticipación. ¿A dónde me llevas?

— Es una sorpresa, pero te prometo que valdrá la pena. Sonreí , abriendo la puerta del pasajero de mi viejo Jeep amarillo.

Mientras conducía, alejándonos del centro de Tamarindo, observé de reojo cómo Luciana miraba por la ventana, absorbiendo cada detalle del paisaje. Su entusiasmo era contagioso, recordándome por qué me había enamorado de este lugar hace tanto tiempo.

—¿Siempre has vivido aquí?, preguntó Luciana, rompiendo el cómodo silencio que se había instalado entre nosotros.

Asentí, manteniendo los ojos en el camino. — Toda mi vida. Tamarindo es más que mi hogar, es parte de mí.

— Debe ser increíble tener raíces tan profundas en un lugar tan hermoso, reflexionó ella.

Sentí una punzada de nostalgia, mezclada con un dolor antiguo pero familiar. — Lo es, aunque no siempre fue fácil.

Luciana me miró con curiosidad, pero no presionó. Aprecié su discreción.

Pronto llegamos a nuestro primer destino: Playa Langosta. Estacioné el Jeep y guié a Luciana por un sendero poco transitado.

— Este lugar es mágico al atardecer, le expliqué mientras caminábamos por la arena casi virgen. — Las rocas crean siluetas increíbles contra el cielo naranja.

Luciana sacó su cámara, sus ojos brillando con entusiasmo profesional. La observé mientras trabajaba, capturando la belleza natural del lugar desde ángulos que yo nunca habría considerado. Su pasión era evidente en cada movimiento, en cada ajuste cuidadoso de su lente.

Mientras ella estaba absorta en su arte, sentí que era el momento de abrirme un poco.

— Sabes, he vivido aquí toda mi vida. Comencé, mi voz apenas audible sobre el suave rumor de las olas.

Luciana bajó su cámara, prestándome toda su atención. Había algo en su mirada que me animó a continuar.

— Mis padres fallecieron en un accidente de crucero cuando yo era pequeño, continué, sorprendido por la facilidad con la que las palabras salían. — Desde entonces, mi abuela Dulce me ha criado.

Vi la compasión en sus ojos, pero continué antes de que pudiera decir algo.

— Por eso amo tanto el agua. Puede sonar extraño, pero siento que es mi manera de conectar con ellos.

Luciana se acercó, colocando suavemente su mano en mi brazo. — No es extraño en absoluto. Es hermoso, de hecho.

Su toque fue reconfortante, y por un momento nos quedamos así, en silencio, escuchando el ritmo constante del océano.

Finalmente, aclaré mi garganta. — Vamos, aún hay más que quiero mostrarte.

Continuamos nuestro viaje, esta vez hacia el Parque Nacional Marino Las Baulas. Mientras caminábamos por los senderos rodeados de vegetación exuberante, le conté sobre las tortugas marinas que anidan allí.

— Verlas emerger del mar es una experiencia única. Le dije, mis ojos fijos en el horizonte. Es como si el océano nos entregara un secreto.

Luciana escuchaba atentamente, capturando ocasionalmente alguna imagen con su cámara. Podía ver cómo cada nueva vista encendía una chispa en sus ojos.

—¿ Cómo lograste superar la pérdida de tus padres?, preguntó suavemente, después de un largo silencio.

Respiré hondo, considerando mi respuesta. — No fue fácil, admití. Hubo días en los que el dolor parecía insuperable. Pero encontré refugio en el surf y en la playa.

Me detuve, recogiendo una concha de la arena. — Hay algo en las olas... te enseñan que después de cada caída, siempre hay otra oportunidad de levantarte.

Luciana asintió, su mirada perdida en el océano. — Entiendo eso. A veces, la vida te golpea tan fuerte que no estás seguro de poder recuperarte.

Sentí que había algo más detrás de sus palabras, pero no quise presionar. En su lugar, le ofrecí una sonrisa comprensiva.

— Ven, le dije, hay un lugar más que quiero mostrarte.

Nuestro último destino fue una pequeña cala escondida, accesible solo a través de un sendero poco conocido. Tuvimos que aparcar el Jeep y caminar un trecho, pero la expresión de asombro en el rostro de Luciana cuando llegamos hizo que cada paso valiera la pena.

El agua cristalina brillaba bajo el sol de la tarde, y las formaciones rocosas creaban un escenario de ensueño. El sonido de las olas era apenas un susurro aquí, creando una atmósfera de serenidad casi mágica.

— Este es mi lugar secreto, confesé, observando cómo Luciana absorbía cada detalle. Vengo aquí cuando necesito pensar o simplemente estar en paz.

Luciana giró lentamente, su cámara olvidada por el momento. — Es precioso, Emiliano. Gracias por compartirlo conmigo.

— Gracias a ti por querer verlo, respondí. No mucha gente aprecia la belleza de los lugares menos conocidos.

Nos sentamos en una roca grande, nuestros pies apenas tocando el agua. Por un momento, simplemente disfrutamos del silencio y la compañía mutua.

—¿ Puedo hacerte una pregunta personal?, dijo Luciana finalmente.

Asentí, curioso.

—¿Alguna vez has tenido miedo de abrir tu corazón de nuevo? Después de perder a tus padres, quiero decir.

Su pregunta me tomó por sorpresa, pero sentí que le debía una respuesta honesta.

— Constantemente, admití. Durante mucho tiempo, temía que si me permitía amar a alguien, lo perdería también. Pero con el tiempo, me di cuenta de que el amor, en todas sus formas, es lo que da sentido a la vida.

Luciana asintió lentamente, como procesando mis palabras. — Supongo que tienes razón, murmuró.

Mientras la observaba, el sol comenzando a descender, pintando el cielo de naranjas y rosas, sentí una conexión que iba más allá de las palabras. Quizás, pensé, estaba listo para compartir no solo los secretos de Tamarindo, sino también los de mi corazón.

— Luciana, dije suavemente.

Ella se volvió hacia mí, la luz del atardecer danzando en sus ojos.

— Hay mucho más que me gustaría mostrarte, si estás dispuesta. No solo de Tamarindo, sino... de mí.

Su sonrisa fue cálida, llena de una emoción que no pude descifrar completamente. — Me encantaría eso, Emiliano.

En ese momento, bajo el cielo que se oscurecía de Tamarindo, con el suave murmullo de las olas como música de fondo, sentí que un nuevo capítulo en mi vida estaba a punto de comenzar. Y por primera vez en mucho tiempo, no tenía miedo de lo que pudiera traer.

Hasta el último atardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora