Capitulo 26

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Emiliano

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Emiliano

La tienda estaba llena de actividad, con clientes entrando y saliendo, buscando productos frescos y charlando con mi abuela Dulce. Me encontraba detrás del mostrador, atendiendo a un cliente habitual cuando escuché la voz alegre de mi abuela.

—Emiliano, ¿puedes traer más pan del almacén? Estamos a punto de quedarnos sin —dijo Dulce, mientras acomodaba algunos productos en el estante.

—Claro, abuela —respondí, dirigiéndome al almacén.

Mientras buscaba el pan, pensé en cómo habían cambiado las cosas en los últimos meses. La vida en la tienda seguía su curso habitual, pero había momentos en los que me encontraba reflexionando sobre el futuro y las decisiones que debía tomar.

Regresé con el pan y lo coloqué en el estante. Dulce me miró con una expresión sabia en sus ojos.

—Te veo pensativo, Emiliano. ¿Está todo bien? —preguntó, con una sonrisa suave.

—Sí, abuela. Solo estaba pensando en algunas cosas —admití, mientras organizaba el pan.

—La vida siempre nos da cosas en qué pensar. Lo importante es no dejar que esas cosas nos agobien demasiado —dijo Dulce, con su habitual sabiduría.

Asentí, agradecido por sus palabras. Justo en ese momento, mi teléfono sonó. Era Luciana. Respondí de inmediato.

—Hola, mi amor. ¿Cómo estás? —dije, con una sonrisa que no podía ocultar.

—Hola, Emi. Estoy bien, aunque un poco cansada. ¿Y tú? —respondió Luciana, su voz sonaba cálida al otro lado de la línea.

—Todo bien por aquí. La tienda ha estado bastante ocupada hoy. Abuela Dulce y yo estamos trabajando duro —le conté, mirando a Dulce que seguía con sus quehaceres.

—Me encantaría estar ahí para ayudar. Aquí en España, la vida es intensa, pero también emocionante. He aprendido tanto en estos pocos meses —dijo Luciana, con entusiasmo en su voz.

—Eso me alegra mucho, amor. Sé que estás haciendo algo increíble y que esto es solo el comienzo para ti. Pero, no te voy a mentir, me encantaría que estuvieras aquí —respondí, sintiendo un nudo en la garganta.

—Yo también te extraño, Emiliano. Pero esto es temporal, lo sabes. Pronto estaremos juntos de nuevo —dijo Luciana, tratando de consolarme.

Hablamos un poco más, poniéndonos al día sobre nuestras vidas. Después de colgar, me sentí un poco mejor, pero el vacío seguía ahí. No podía dejar de pensar en cuánto la extrañaba.

Regresé al trabajo, intentando distraerme con las tareas diarias. Mi abuela Dulce, siempre atenta, notó mi estado de ánimo.

—No te preocupes tanto, Emiliano. Todo se solucionará a su debido tiempo. Mientras tanto, tienes que vivir el presente y disfrutar de cada momento —dijo Dulce, con una sonrisa alentadora.

La rutina diaria seguía, y aunque había momentos en los que pensaba en Luciana, también había otros en los que me enfocaba en mi trabajo y en mi familia.

Más tarde esa tarde, decidí pasar por casa de Tata para ver cómo estaba. Me hacía sentir un poco más cerca de Luciana, aunque ella no estuviera allí.

—¡Hola, Tata! ¿Cómo has estado? —le pregunté, mientras me sentaba en su porche.

—¡Emiliano! Qué sorpresa tan agradable. He estado bien, solo disfrutando de la tranquilidad. ¿Y tú? —respondió Tata, con una sonrisa cálida.

—Todo bien, trabajando mucho en la tienda con abuela Dulce. Solo quería pasar a saludarte y ver cómo estabas —dije, mirando el jardín bien cuidado de Tata.

—Me alegra verte. Sabes que siempre eres bienvenido aquí. ¿Te gustaría quedarte a cenar? —preguntó Tata.

—Gracias, Tata, pero ya tengo planes para esta noche. Tal vez otro día —respondí, agradecido por su hospitalidad.

Después de un rato de charla, me despedí de Tata y me dirigí a la playa para reunirme con Leo. Nos encontramos allí para surfear y despejar la mente.

—¡Hey, hermano! ¿Listo para coger algunas olas? —dijo Leo, con una sonrisa amplia mientras se preparaba.

—Definitivamente, necesitaba esto —respondí, riendo.

Nos metimos al agua y empezamos a surfear. Las olas eran grandes y desafiantes, pero perfectas para liberar un poco de la tensión acumulada.

—¿Cómo va todo en la tienda? —preguntó Leo, mientras esperábamos la próxima ola.

—Ha estado bastante ocupado, pero me gusta. Me mantiene ocupado y me da algo en qué concentrarme —le conté, mientras observaba el horizonte.

—Eso es bueno. Siempre es importante tener algo que te mantenga enfocado. Y además, tienes a Dulce para ayudarte. Es una mujer increíble —dijo Leo, con admiración.

—Sí, lo es. No sé qué haría sin ella —respondí, sonriendo.

Después de un buen rato en el agua, salimos y nos sentamos en la arena, viendo el atardecer.

—La vida tiene sus maneras de ponernos a prueba, pero también de recompensarnos. Estoy seguro de que todo saldrá bien para ti, Emiliano —dijo Leo, mirando el sol que se escondía en el horizonte.

—Eso espero. Solo quiero seguir adelante y hacer las cosas bien —respondí, con una sonrisa.

Regresé a casa con el corazón un poco más ligero. Dulce estaba en la cocina, preparando la cena.

—¿Cómo te fue en el mar? —preguntó, mientras servía la comida.

—Fue genial, abuela. Realmente lo necesitaba —respondí, sentándome a la mesa.

Cenamos en silencio, disfrutando de la comida casera de Dulce. Después de la cena, me recosté en la cama y envié un mensaje a Luciana.

—Te extraño más de lo que puedo expresar. Hoy fue un buen día, pero no puedo esperar a verte de nuevo.

Con el teléfono en la mano, cerré los ojos, esperando con ansias el día en que Luciana y yo estuviéramos juntos de nuevo.

Hasta el último atardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora