Capitulo 32

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Luciana

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Luciana

Después de las Navidades, los meses parecieron pasar en un abrir y cerrar de ojos. El nuevo semestre en la universidad comenzó con fuerza, y rápidamente me vi envuelta en un torbellino de clases, proyectos y nuevas experiencias. Las clases eran intensas pero fascinantes. Estaba tomando cursos avanzados de periodismo investigativo, fotografía documental y redacción creativa. Cada día era un desafío, pero también una oportunidad para aprender y crecer.

El campus estaba lleno de vida con la llegada de la primavera. A pesar de que Sara había terminado su internado y se había mudado, el apartamento no se sentía tan vacío como esperaba. Me había acostumbrado a estar sola y, en cierto modo, apreciaba el silencio y la tranquilidad que me permitían concentrarme en mis estudios.

Mis días comenzaban temprano, a menudo antes del amanecer. Me levantaba, tomaba un rápido desayuno y me dirigía a la universidad. Las clases de periodismo investigativo eran mis favoritas. El profesor, un veterano periodista de guerra, compartía historias increíbles y nos desafiaba constantemente a pensar de manera crítica y creativa.

—Recuerden, el periodismo no es solo sobre hechos —decía él—. Es sobre encontrar la verdad detrás de esos hechos y contar una historia que impacte.

En fotografía documental, pasábamos horas caminando por Madrid, capturando la vida cotidiana de la ciudad. Aprendí a ver el mundo a través de un lente diferente, apreciando los detalles que antes me parecían insignificantes.

—La fotografía es una forma de contar historias sin palabras —nos recordaba nuestra profesora—. Encuentren esas historias en cada rincón.

Las tardes las dedicaba a trabajar en mi proyecto final, una investigación sobre el impacto de las redes sociales en la juventud española. Pasaba horas en la biblioteca, revisando estudios, entrevistando a expertos y redactando mis conclusiones. Era un trabajo agotador, pero me apasionaba y quería hacerlo bien.

En las noches, solía caminar por las calles de Madrid, disfrutando de la ciudad iluminada y llena de vida. A veces, me encontraba con amigos para cenar o tomar un café, pero la mayoría de las veces prefería la tranquilidad de mi apartamento. Aprovechaba esos momentos para reflexionar, leer o simplemente relajarme después de un día agotador.

Uno de mis lugares favoritos para estudiar era una pequeña cafetería cerca de mi apartamento. Los dueños, una pareja mayor, siempre me recibían con una sonrisa y una taza de mi café favorito.

—Estás trabajando duro, Luciana —me decía la dueña una tarde—. Recuerda también descansar y disfrutar de la vida.

—Lo intentaré —respondía con una sonrisa.

A medida que los meses pasaban, me di cuenta de cuánto había cambiado. Me sentía más segura de mí misma, más independiente y más enfocada en mis metas. Las clases, aunque desafiantes, me estaban preparando para el futuro que siempre había soñado.

Sin embargo, no todo era fácil. A veces, la soledad se hacía sentir, especialmente en las noches frías cuando el silencio del apartamento era ensordecedor. Extrañaba a mi familia, a Emiliano y a todos mis amigos en Costa Rica. Las llamadas y mensajes no siempre eran suficientes para llenar ese vacío.

Un día, después de una clase particularmente intensa, recibí un mensaje de Emiliano.

—¿Cómo va todo, Lu? —escribió—. Aquí las cosas están bien, pero te extrañamos.

—Va bien, pero te extraño mucho —respondí—. A veces es difícil estar tan lejos, pero sé que esto es lo que necesito hacer.

Las semanas siguientes se llenaron de más clases, proyectos y nuevos desafíos. Me inscribí en un taller de escritura creativa y en un curso de edición de video, buscando expandir mis habilidades y conocimientos. A pesar de la carga de trabajo, disfrutaba cada momento, sabiendo que todo esto me estaba acercando a mis sueños.

El final del semestre se acercaba rápidamente, y con él, la presión de los exámenes y la entrega de proyectos finales. Me encontré dedicando aún más tiempo a estudiar y preparar mis trabajos, a menudo hasta altas horas de la noche.

—Solo unos meses más —me recordaba a mí misma—. Luego podré relajarme un poco.

A pesar de todo el trabajo, traté de encontrar momentos para disfrutar de Madrid. Los fines de semana, exploraba nuevos barrios, visitaba museos y parques, y tomaba fotos de todo lo que encontraba interesante. La ciudad tenía tanto que ofrecer, y quería aprovechar al máximo mi tiempo allí.

Un domingo, decidí dar un paseo por el Parque del Retiro. Era un día soleado y el parque estaba lleno de gente disfrutando del buen clima. Caminé sin rumbo, disfrutando del paisaje y tomando fotos. De repente, vi a un grupo de niños jugando y riendo, y no pude evitar sonreír. Saqué mi cámara y capturé el momento, sabiendo que esas pequeñas alegrías eran las que hacían la vida especial.

—La vida es una serie de momentos, Lu —me recordaba siempre mi abuela—. Asegúrate de capturar y apreciar cada uno de ellos.

Con esas palabras en mente, seguí adelante, enfocada en mis estudios y en hacer que cada día contara. Sabía que el camino no sería fácil, pero estaba lista para enfrentar cada desafío con determinación y una sonrisa.

Hasta el último atardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora