Capitulo 4

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Luciana

Era temprano en la mañana cuando decidí visitar nuevamente la tienda de Dulce. Después de una semana evitando el centro del pueblo y sumergiéndome en la tranquilidad de la playa, sentí que era hora de volver a la civilización, aunque fuera por un breve momento.

Al entrar en la tienda, el aroma a coco y piña fresca me envolvió, recordándome la calidez de mi primer encuentro con Dulce. Ella estaba en la caja registradora, sonriendo como siempre.

—¡Luciana! ¡Qué alegría verte de nuevo! —exclamó Dulce, saludándome con entusiasmo.

—Hola, Dulce. Pensé en echar un vistazo a tus recuerdos locales —dije, observando las estanterías llenas de coloridos recuerdos de Costa Rica.

Dulce seleccionó varias cosas mientras continuábamos charlando sobre la vida en Tamarindo. De repente, se detuvo y miró hacia la puerta.

—¡Oh, Emiliano! —llamó Dulce, y miré hacia atrás para ver a un hombre alto y moreno entrando por la puerta. Tenía una sonrisa amable y ojos oscuros que brillaban con curiosidad mientras observaba la tienda.

—Hola, abuela. ¿Cómo estás hoy? —saludó Emiliano con afecto, caminando hacia nosotros.

—Muy bien, muy bien. Mira quién está aquí, Luciana. Este es mi nieto, Emiliano. Emiliano, ella es Luciana, la joven fotógrafa que te mencioné.

Nos saludamos con una sonrisa tímida y un gesto de cabeza. Emiliano me miró con curiosidad, y yo noté que había algo en su expresión que me hizo sentir cómoda de inmediato.

—Encantado de conocerte, Luciana. Mi abuela ha estado hablando mucho de ti —dijo Emiliano con una voz suave y amigable.

—Igualmente, Emiliano. Dulce me ha contado mucho sobre ti también —respondí, sintiéndome intrigada por este hombre que compartía la misma calidez y bondad que su abuela.

Dulce nos observó con una chispa traviesa en los ojos, como si supiera algo que nosotros aún no descubríamos. Me pregunté qué más podría deparar este encuentro en el pequeño y encantador pueblo de Tamarindo.

                                                 🌊
Más tarde, ese mismo día, mientras el sol comenzaba a descender, me encontré en la playa de nuevo, esta vez con mi tabla de surf lista para enfrentar las olas. Encontré a Emiliano cerca del agua, observando el oleaje con concentración.

—¡Hola de nuevo, Emiliano! —llamé, mientras me acercaba con una sonrisa.

Emiliano se giró hacia mí y sonrió ampliamente.

—¡Hola, Luciana! ¿Qué lindo atardecer, verdad? —preguntó, señalando hacia el cielo con entusiasmo.

—¡Realmente hermoso! —respondí, sintiendo una conexión instantánea.

Nos sentamos en la arena, observando el océano en silencio por unos momentos. La brisa marina nos envolvía con su frescura, y el sonido de las olas rompiendo en la orilla era casi hipnótico.

—¿Así que, qué te trajo hasta aquí? —preguntó Emiliano curiosamente, mientras descansábamos en la arena.

—Necesitaba un cambio de ritmo, supongo. La vida en la ciudad se volvió abrumadora, y aquí encontré la paz que estaba buscando —respondí, sintiéndome cómoda compartiendo mis pensamientos con él.

Entre conversaciones nos dimos cuenta de cuánto teníamos en común, desde nuestro amor por el surf hasta nuestra búsqueda de significado en la vida. Emiliano me contó sobre su trabajo en la tienda de su abuela y su pasión por la música, mientras yo le hablaba sobre mi fotografía y mis viajes.

El sol comenzó a hundirse lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos cálidos y dorados. Me di cuenta de que era hora de irme.

—Ha sido genial conocerte, pero debo irme. Prometí hacer la cena con mi abuela esta noche —dije con una sonrisa, recogiendo mi tabla de surf.

—Entiendo. Nos vemos pronto, Luciana —respondió Emiliano, con una mirada que sugería que compartía mi deseo de un próximo encuentro.

Caminé hacia la casita en la playa, sintiéndome agradecida por el día y ansiosa por descubrir más sobre el fascinante pueblo de Tamarindo y el intrigante hombre que acababa de conocer. Mientras avanzaba, las olas continuaban su danza perpetua, y el cielo se oscurecía lentamente, prometiendo una noche estrellada sobre el océano.

Al llegar a mi pequeña casa, me detuve un momento en el porche, mirando hacia el horizonte. La luz suave del atardecer aún iluminaba la playa, y una sensación de serenidad me invadió. Estaba agradecida por este nuevo comienzo, por las personas que estaba conociendo y por las historias que aún estaban por escribirse en mi vida. Con una sonrisa, entré en la casa, lista para enfrentar lo que el futuro me deparara en Tamarindo.


holiiiii, ¿cómo están? <3
ya por fin pueden conocer al gran Emiliano!🏄🏽✨💕
¿Que les parece la historia? 🤩

Hasta el último atardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora