Capitulo 7

15 8 8
                                    

Luciana

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Luciana

Abrí los ojos lentamente, dejando que el sol se colara entre las cortinas y acariciara mi piel. Por un momento, me quedé inmóvil, saboreando la realidad de mi nueva vida. El sonido distante de las olas y el canto de pájaros tropicales reemplazaban el ruido del tráfico al que estaba acostumbrada en Florida. Era como si hubiera despertado en un sueño.

Me levanté y me acerqué a la ventana, observando el pintoresco paisaje de Tamarindo. Es difícil creer que solo han pasado unas semanas desde mi llegada. Me siento como si hubiera vivido aquí toda la vida.

Mi teléfono vibró en la mesita de noche, como lo hace cada mañana. Sin mirarlo, supe que habría mensajes de mi familia. Mensajes que siguen sin respuesta. Un nudo de culpa se formó en mi garganta, pero lo ignoré, como he estado haciendo desde que llegué.

"Aún no estoy lista", murmuré para mí misma, alejándome de la ventana y del teléfono.

Me vestí con un vestido ligero y sandalias, mi atuendo típico desde que llegué a Costa Rica. Mientras me cepillaba el cabello, mi mente vagó hacia Emiliano y los lugares que me mostró ayer. Una sonrisa involuntaria se dibujó en mis labios al recordar la pequeña cala secreta, tan hermosa y serena como el hombre que me llevó allí.

Emiliano. Su presencia se ha convertido en una constante reconfortante en mi nueva vida. Me ha hecho sentir más que cómoda; me ha hecho sentir en casa. Cada rincón que me ha mostrado, cada historia que comparte, me hace sentir más parte de este pequeño pueblo costero.

Tomé mi cámara y revisé las fotos que tomé ayer. Imágenes impresionantes de Playa Langosta al atardecer, las formaciones rocosas creando siluetas dramáticas contra el cielo naranja. Fotos del Parque Nacional Marino Las Baulas, capturando la majestuosidad de la naturaleza en cada toma. Y luego, las imágenes de la cala secreta, tan serenas y perfectas que parecen sacadas de un sueño. Cada foto es un testimonio de mi creciente conexión con este lugar, una prueba tangible de que tomé la decisión correcta al venir aquí.

Sin embargo, mientras admiraba las imágenes, un pensamiento incómodo se coló en mi mente. Emiliano se abrió conmigo, compartiendo historias dolorosas de su pasado, mostrándome lugares que claramente significan mucho para él. Y yo... yo no he correspondido esa confianza. No le he contado sobre Lucas, sobre la ruptura que me llevó a huir a Costa Rica, sobre el dolor que aún llevo conmigo.

Un sentimiento de culpa me invadió. Emiliano me inspira confianza, me hace sentir segura. ¿Por qué, entonces, sigo guardando mis secretos? ¿Por qué no puedo abrirme como él lo ha hecho?

Suspiré, dejando la cámara a un lado. Sé que tendré que enfrentarme a todo eventualmente. A mi pasado, a mi familia, a los sentimientos que estoy desarrollando por Emiliano. Pero por ahora, apenas quiero hablar de ello. Prefiero sumergirme en la belleza de Tamarindo, en la paz que he encontrado aquí.

Salí de la habitación y me dirigí a la cocina, donde mi abuela Tata ya estaba preparando el desayuno. El aroma a gallo pinto y café recién hecho llenaba el aire.

— Buenos días, mi niña —me saludó Tata con una sonrisa cálida—. ¿Dormiste bien?

Asentí, sentándome a la mesa.

— Cada día duermo mejor aquí —confesé.

Tata me miró con una mezcla de cariño y preocupación.

— ¿Y has hablado con tus padres?

Bajé la mirada a mi plato.

— Aún no —murmuré—. No... no estoy lista.

Tata suspiró, pero no presionó más el tema. En su lugar, cambió de conversación.

— ¿Qué planes tienes para hoy? ¿Vas a salir con ese muchacho Emiliano de nuevo?

Sentí que mis mejillas se sonrojaban ligeramente.

— No lo sé —respondí con honestidad—. Creo que hoy haré algo por mi cuenta.

Después del desayuno, salí a explorar el pueblo con nuevos ojos. Decidí que hoy sería un día para mí, para sumergirme en la cultura local sin la guía de nadie más. Mi primera parada fue una pequeña cafetería que he visto varias veces pero nunca he entrado. El aroma a café recién molido y pan dulce me atrajo desde la puerta. Dentro, las paredes estaban decoradas con fotografías antiguas de Tamarindo y arte local colorido.

— Buenos días —me saludó la dueña, una mujer mayor con una sonrisa cálida—. ¿Qué le sirvo?

Pedí un café chorreado y un tres leches, decidida a probar los sabores locales. Mientras disfrutaba de mi desayuno, observaba a los lugareños que entraban y salían, capturando discretamente algunas imágenes con mi cámara.

Después, paseé por las calles, deteniéndome en una tienda de artesanías que llamó mi atención. Las estanterías estaban llenas de joyería hecha a mano, tallas de madera y textiles coloridos. Compré un pequeño brazalete tejido, un recuerdo tangible de este día para mí misma.

Mi siguiente parada fue una panadería local que olía a canela y vainilla. Compré una empanada de chiverre y un pudín de pan, sabores que nunca había probado antes. Los comí sentada en un banco del parque central, observando la vida cotidiana del pueblo desarrollarse a mi alrededor.

Mientras caminaba hacia la playa, me detuve en un pequeño puesto de frutas. El vendedor me ofreció probar un mango recién cortado, tan dulce y jugoso que compré varios para llevar a casa.

En la playa, me senté en la arena y saqué mi cuaderno de bocetos. Hoy, en lugar de fotografiar, decidí dibujar. Tracé las líneas de la costa, los surfistas en la distancia, las palmeras meciéndose con la brisa. No soy una gran dibujante, pero hay algo liberador en crear algo con mis propias manos.

Mientras el sol comenzaba a descender, me di cuenta de que había pasado todo el día explorando por mi cuenta, sin pensar en el pasado o preocuparme por el futuro. Me sentía más conectada con Tamarindo que nunca.

Con una nueva determinación, tomé mi teléfono y escribí un mensaje a Emiliano: ¿Cenamos mañana en la noche? Hay una historia que me gustaría compartir contigo.

Mientras esperaba su respuesta, miré hacia el horizonte donde el cielo y el mar se funden. Hoy he dado un paso más hacia mi nueva vida en Tamarindo. Y esta noche, estoy lista para compartir esa vida con alguien más.

Hasta el último atardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora