Capitulo 25

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Luciana

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Luciana

El viento frío de noviembre me golpeó en la cara mientras cruzaba el campus de la Universidad Complutense de Madrid. Los árboles, casi desnudos ya, se mecían suavemente, sus pocas hojas restantes revoloteando en el aire. Ajusté mi bufanda y me acurruqué más en mi nuevo abrigo, agradecida por haber hecho caso a Sara, mi compañera de cuarto, cuando insistió en que fuéramos de compras.

— Vas a necesitar ropa de verdad, — había dicho, riéndose de mi guardarropa veraniego. Ahora, mientras el frío madrileño se colaba hasta mis huesos, entendía perfectamente a qué se refería.

La universidad era un mundo en sí misma. Los edificios históricos se mezclaban con instalaciones modernas, creando un ambiente único que me fascinaba cada día. Mi facultad de Ciencias de la Información se encontraba en un edificio de los años 70, con grandes ventanales que dejaban entrar la luz natural, perfecta para las clases de fotografía que tanto amaba. Mis días estaban llenos de clases fascinantes y desafiantes. Por la mañana tenía "Teoría de la Comunicación" con el profesor García, un hombre de voz grave y mirada penetrante que nos desafiaba a cuestionar todo lo que creíamos saber sobre los medios. Sus clases eran intensas, llenas de debates acalorados sobre el papel del periodismo en la sociedad moderna.

Luego venía "Redacción Periodística" con la profesora Martínez, una mujer menuda pero de carácter fuerte que nos hacía sudar la gota gorda con ejercicios de escritura rápida y edición. Sus ojos agudos no dejaban pasar ni una coma fuera de lugar.

"La precisión es la base de un buen periodismo", repetía constantemente. "Cada palabra cuenta".

Pero mi favorita, sin duda, era "Fotoperiodismo" con el profesor Ruiz. Cada clase era una aventura, analizando fotografías icónicas y discutiendo sobre ética y composición. Mi cámara, siempre colgada al cuello, se sentía como una extensión de mí misma en estas clases.

"Luciana", me dijo el profesor Ruiz un día, revisando mi último trabajo, "tienes un don para capturar la esencia de las personas. No lo pierdas".

Sus palabras me llenaron de orgullo y motivación para seguir mejorando.

Entre clases, pasaba horas en la biblioteca, un edificio imponente lleno de libros y estudiantes concentrados. El olor a papel viejo y café me reconfortaba mientras me sumergía en lecturas sobre la historia del periodismo español o las últimas tendencias en medios digitales.

Los fines de semana eran para explorar. Madrid era una ciudad vibrante, llena de vida y cultura. Con mi cámara siempre lista, recorría sus calles, capturando la esencia de la ciudad en cada foto. El Parque del Retiro se convirtió en mi refugio, un oasis de verde en medio del bullicio urbano. Pasaba horas sentada junto al lago, leyendo o simplemente observando a la gente pasar.

Una tarde, de vuelta en mi habitación, encendí mi laptop para una videollamada con Emiliano. Su rostro familiar apareció en la pantalla, trayendo consigo una oleada de nostalgia que me golpeó con fuerza.

— Solecito ¿Cómo estás sobreviviendo al frío? — preguntó, sonriendo.

— Apenas, — respondí, riendo y mostrándole mi nuevo abrigo. — Tuve que comprar un guardarropa completamente nuevo. ¿Quién diría que existían tantos tipos diferentes de abrigos? —

Emiliano se rió, el sonido familiar me hizo sentir como si estuviera de vuelta en casa por un momento. — Bueno, al menos ahora tienes una excusa para ir de compras. ¿Cómo van las clases? —

Le conté sobre mis profesores, sobre el proyecto de fotoperiodismo en el que estaba trabajando, documentando la vida nocturna de Madrid. Le mostré algunas de las fotos que había tomado: luces de neón reflejadas en las calles mojadas, rostros animados en bares acogedores, músicos callejeros bajo la luz de las farolas.

— Son increíbles, Lu— dijo Emiliano, su voz llena de orgullo. — Tienes un verdadero talento. —

Sentí un nudo en la garganta. — Los extraño mucho. Ojalá pudiera ir a casa para las vacaciones. —

— Lo sé. Pero ese internado suena como una gran oportunidad. Dos años se pasarán volando y estarás de vuelta antes de que te des cuenta. —

Asentí, recordando la decisión que había tomado. La universidad ofrecía un programa intensivo que me permitiría completar mi carrera en dos años en lugar de tres. Significaba sacrificar mis vacaciones por estudios adicionales, pero la oportunidad de sumergirme completamente en el periodismo era demasiado buena para dejarla pasar.

— Tienes razón— dije. — Además, estoy planeando un viaje de fin de semana a Barcelona con algunos amigos antes de que comience el internado. Les enviaré muchas fotos. —

Hablamos un rato más sobre casa, sobre cómo estaban todos. Cada palabra me hacía sentir más cerca y más lejos al mismo tiempo. Después de despedirnos, me quedé mirando por la ventana. El campus se veía hermoso bajo la luz del atardecer, las antiguas piedras de los edificios brillando con un tono dorado. Tomé mi cámara y capturé la escena, pensando en cómo esta imagen resumía mi vida actual: nueva, desafiante, pero llena de belleza.

Esa noche, mientras repasaba mis apuntes para el examen de "Ética Periodística" del día siguiente, reflexioné sobre cuánto había cambiado en estos pocos meses. Ya no era solo una chica con una cámara; estaba en camino de convertirme en una verdadera periodista. Cada día traía nuevos desafíos, nuevas lecciones.

Recordé las palabras que la abuela Tata me había dicho en nuestra última llamada: "Cada experiencia es una historia, mi niña. Vívelas todas con el corazón abierto".

El frío afuera arreciaba, pero en mi pequeña habitación del campus, rodeada de libros, apuntes y fotos, me sentía cálida y llena de propósito. Miré el mapa de España en mi pared, lleno de marcadores de lugares que quería visitar, historias que quería contar. Este era solo el comienzo de mi aventura en España, y a pesar del frío, de la nostalgia, de los desafíos, mi corazón ardía con emoción por lo que estaba por venir.

Hasta el último atardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora