Prólogo

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La bruma se extendía sobre el horizonte, fundiéndose con los tonos dorados del amanecer en la costa

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La bruma se extendía sobre el horizonte, fundiéndose con los tonos dorados del amanecer en la costa. Luciana se detuvo en la orilla, con el calor de la arena bajo sus pies descalzos y el sonido suave de las olas rompiendo a sus espaldas. Era un lugar que había visto solo en fotos, un refugio lejano que ahora llamaba hogar. Este rincón escondido del mundo le ofrecía algo que nunca había encontrado en su vida anterior: una promesa de paz y la posibilidad de empezar de nuevo.

Había dejado atrás su vida en Florida con un solo pasaje de ida. Lejos quedaban los ruidosos cafés, las noches interminables en la ciudad y las risas compartidas con amigos de toda la vida. En su lugar, la quietud se extendía ante ella, un lienzo infinito de posibilidades y silencios compartidos solo con los árboles y el océano. Cada mañana, el mar parecía contarle una historia nueva, y cada atardecer pintaba el cielo con tonos que reflejaban sus más profundos anhelos y temores.

En este nuevo lugar, Luciana encontraba consuelo en los atardeceres, con sus tonos cálidos y la promesa de un nuevo comienzo cada noche. Las puestas de sol en Costa Rica no eran meros finales del día, sino momentos de reflexión y renovación. Aquí, podía perderse en sus pensamientos mientras el cielo se teñía de naranjas y púrpuras, recordándole que incluso las cosas más bellas deben llegar a su fin para dar paso a nuevos comienzos.

Pero no todo era paz en este refugio. A medida que el sol se elevaba sobre el horizonte, Luciana sentía una mezcla de emociones: nostalgia por lo que había dejado atrás, anticipación por lo que estaba por venir y una inquietante sensación de que su llegada no había sido solo por casualidad. Había algo en la forma en que las olas rompían contra la costa, algo en el susurro del viento entre los árboles, que le sugería que este lugar tenía más que ofrecerle de lo que inicialmente había imaginado.

La comunidad local la había recibido con los brazos abiertos, y poco a poco, Luciana comenzaba a formar nuevas amistades. Sin embargo, una situación inesperada la hizo replantearse sus planes originales y quedarse más tiempo del que había previsto en este lugar que comenzaba a sentir como su nuevo hogar. Los días se transformaban en semanas, y las semanas en meses, mientras Luciana se sumergía cada vez más en la vida del pueblo, descubriendo secretos y enfrentando desafíos que nunca habría anticipado.

Mientras caminaba por la playa esa mañana, Luciana se preguntaba cuánto tiempo más permanecería en este paraíso. Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentar las realidades que había dejado atrás, pero por ahora, estaba decidida a aprovechar cada momento. El océano parecía susurrarle que su viaje apenas comenzaba, y que aún había muchas aventuras y descubrimientos por delante.

Hasta el último atardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora