Capitulo 34

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Luciana

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Luciana

Los últimos días en España fueron sido un torbellino de emociones. Entre terminar el internado y despedirme de amigos y colegas, apenas tuve tiempo para respirar. Y ahora, después de 16 horas de vuelo, eran las doce del medio día cuando finalmente estaba de regreso en Costa Rica. El cansancio me pesaba en cada músculo, pero la emoción superaba cualquier fatiga.

El aeropuerto estaba lleno de ruido y movimiento, pero todo parecía en cámara lenta mientras avanzaba hacia la salida. Había dejado de hablar con Emiliano hace dos días, demasiado ocupada con los últimos preparativos y las despedidas. Sabía que mi llegada sería una sorpresa para él y para mi abuela Tata. No podía esperar a ver sus caras.

Al salir, el calor y la humedad de Tamarindo me envolvieron como una manta cálida. Cerré los ojos y respiré hondo, dejando que el aire salado llenara mis pulmones. Estaba en casa. Tomé un taxi y durante el trayecto, el paisaje familiar de palmeras, casas coloridas y el mar azul intenso me llenaba de nostalgia y felicidad. Cada curva y cada calle me recordaban momentos que viví hace años aquí. El taxi se detuvo frente a la casa de mi abuela Tata. Mi corazón latía con fuerza mientras pagaba al conductor y tomaba mis maletas. Subí los escalones de la entrada con cuidado, intentando no hacer ruido. Quería sorprenderla. Golpeé suavemente la puerta y esperé, conteniendo la respiración.

La puerta se abrió lentamente y allí estaba ella, mi abuela Tata, con su expresión de sorpresa transformándose rápidamente en lágrimas de alegría.

—¡Luciana! —exclamó, envolviéndome en un abrazo cálido y apretado. Sentí cómo su amor y su calidez me rodeaban, y mis propios ojos se llenaron de lágrimas.

—Abuela, estoy en casa —dije, apenas pudiendo hablar por la emoción.

Nos quedamos así, abrazadas en la puerta, por lo que pareció una eternidad. Luego, me llevó adentro, y comenzamos a ponernos al día. Le conté sobre mi internado, mis amigos en España, y todo lo que había aprendido y vivido. Ella me habló de Tamarindo, de Emiliano, y de cómo todos me habían extrañado.

Después de un rato, decidí que era hora de sorprender a Emiliano. Había esperado este momento durante tanto tiempo. Le pregunté a Tata dónde podría encontrarlo y ella me dijo que probablemente estaría en la playa, surfeando.

Subí a la habitación y me cambié rápidamente. Me puse mi bikini favorito y tomé mi cámara. Salí corriendo de la casa, el corazón latiendo con fuerza mientras me dirigía a la playa. Al llegar, lo vi desde lejos. Emiliano estaba en el agua, montando una ola con la gracia y la destreza que siempre había admirado en él.

Me acerqué más y me detuve en la orilla, observándolo por un momento. La emoción me invadió al verlo. Tomé mi cámara y empecé a capturar cada momento, cada movimiento. De repente, Emiliano me vio. Su expresión de sorpresa fue inolvidable. Cayó de su tabla por la sorpresa, pero rápidamente salió a la superficie, mirando hacia la orilla.

—¡Luciana! —gritó, mientras empezaba a nadar hacia mí con todas sus fuerzas.

Solté la cámara y corrí hacia él. Nos encontramos en la orilla, y Emiliano me envolvió en un abrazo tan fuerte que casi me quedo sin aliento. Sus labios encontraron los míos en un beso lleno de amor y desesperación, como si hubiera esperado este momento tanto como yo.

—No puedo creer que estés aquí —dijo Emiliano, con una sonrisa que iluminaba su rostro.

—He soñado con este momento durante tanto tiempo —respondí, apoyando mi frente en la suya.

Emiliano, sin dejar de sonreír, me levantó y me cargó sobre su hombro, haciéndome reír como nunca. Corrimos por la playa, riendo y disfrutando de nuestra compañía. Finalmente, me bajó suavemente y nos miramos a los ojos, todavía incrédulos de estar juntos nuevamente.

—Siempre supe que regresarías —dijo Emiliano, mirándome con ternura.

—Y siempre supe que estarías aquí esperándome —respondí, sintiendo una paz y felicidad que no había sentido en mucho tiempo.

Nos quedamos allí, disfrutando del momento, sabiendo que este era solo el comienzo de una nueva etapa en nuestras vidas juntos. La vida en Tamarindo continuaría, pero ahora estábamos juntos, listos para enfrentar cualquier cosa que el futuro nos deparara.

El sol comenzaba a ponerse, pintando el cielo con tonos de rosa y naranja. Nos detuvimos un momento, observando el atardecer juntos.

—Nunca me perdí un atardecer mientras estuve lejos —dije, sacando mi cámara y capturando el hermoso paisaje frente a nosotros—. Cada uno de ellos me hacía sentir más cerca de casa.

—Esos atardeceres siempre nos conectaron —respondió Emiliano, tomando mi mano y apretándola con fuerza.

Y así, con el sol desapareciendo en el horizonte, sentí que finalmente estaba en casa.

Hasta el último atardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora