Capítulo 9

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Sin darle tiempo al tiempo, me dirigí corriendo hacia la prisión lo más velozmente que se me permitía, chocando contra hombros o tropezándome de vez en cuando. Tenía miedo de que el señor Blanc mandara alguien para que me asesinara, lo cual sería muy improbable pero no imposible.

Me pregunto si Brian me buscara a pesar de las palabras de su padre.

La prisión se encuentra al lado opuesto del Centro, de esquina a esquina, por así decir. Lamentablemente tuve que cruzar todo el mercado atrayendo miradas curiosas y alertas, esquivando a seres e intentando no chocar o derribar algún puesto de venta.

En cierto punto tuve que detenerme a tomar una gran bocanada de aire, pero al alzar la vista observé que me encontraba justo enfrente de la prisión: un edificio cuadrado, gris, ancho y muy alto, lo único que lo hace resaltar son las luces tenues que provienen de las grandes ventanas que se observan en cada piso de la construcción. No era un lugar muy grande, pues casi no hay crimen en Orbe.

Avance con decisión hacia las puertas de entrada y ni siquiera tuve que decirle una palabra a los guardias para que me dejaran entrar. Era obvio que me reconocieron debido a que me saludaron y sonrieron con un asentimiento de cabeza; tal vez conocían a mis padres.

Entre al pasillo angosto principal de la prisión gris y le pregunté a un guardia que observé frente a unos barrotes dónde se encontraba la celda de Conan. Me lanzó una mirada de sospecha pero se ofreció a guiarme él mismo.

Recorrimos varios pasillos angostos, húmedos, oscuros y grises, con celdas en solo un costado y en el otro las ventanas que se observaban desde el exterior. Sorprendentemente, había muchos prisioneros, aunque no llenaban todas las celdas; entre los prisioneros observé a Adolf y me fulminó con la mirada, provocándome escalofríos.

Subimos varias escaleras apretadas de caracol hasta llegar al último piso. El guardia me indicó con la mano que Conan estaba en la celda al final del pasillo, después se dio la media vuelta y se volvió por donde llegamos.

Lo único que pude pensar en ese momento es que el constructor de la prisión no calculó correctamente los espacios.

Evidentemente, Conan estaba en la celda al final del pasillo, sin embargo, era el único prisionero de ese piso, todas las demás celdas estaban vacías. Caminé con precaución hacia la celda de Conan y observé que se levantó de la camilla al escuchar mis pasos, sonrió burlescamente y se recargó en la pared frente a los barrotes, con los brazos cruzados.

No me gustaba el silencio y la tensión que había entre los dos. Una vez me posicioné enfrente de los barrotes, formulé bien mis palabras y preguntas. No tenía idea que preguntarle primero.

—Que sorpresa, en serio —dijo sarcásticamente, cortando el silencio tenso—. ¿Por qué tienes esa expresión? ¿quieres volver a las casitas...?

—Quiero preguntarte algo —lo interrumpí con el estómago revuelto, por alguna razón me sentía demasiado nerviosa, como si estuviera haciendo algo mal—, y debes contestarme honestamente.

—Depende de la pregunta.

—No, no depende de la pregunta, debes contestarme si o si...

—¿Por qué? —me interrumpió, separándose de la pared y caminando hacia los barrotes para acercarse a mi— Tu misma dijiste que no confiabas en mí, entonces, ¿por qué estás aquí? ¿acaso yo tenía razón?

—Me salvaste de aquellos hombres, pudiste haber dejado que me llevaran a cambio de ti, pero no lo hiciste...

—Te corté con un hacha...

—Pero me curaste.

—Y te rocié con un gas que no estaba seguro si era mortífero o no....

—Conan, basta —exclamé molesta—, intento ser positiva pero no ayudas.

SerendipiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora