Capítulo 10

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Avanzábamos rápidamente a través del mercado, huyendo del pequeño grupo de Dorados que nos perseguía de lejos, esquivando a seres y puestos de venta. Quería detenerme, evitar ser perseguida por la ley, pero me daba pavor lo que podrían hacerme después. El señor Blanc no quiere que un secreto salga a la luz y debe pensar que Conan me lo habrá confesado. ¿En qué me había involucrado?

—¿A dónde vamos? —le pregunté a Conan, con fatiga de tanto correr.

—A robar una nave en el cuartel de los malditos Dorados.

—No quiero ir contigo —intenté soltarme de su agarre pero evidentemente era más fuerte que yo.

—Lamentó decirte que no tienes opción, Sarah.

Odiaba darle la razón a él, pero la tenía. Debía salir de Orbe o tal vez tendría el mismo destino desconocido, pero trágico, de mis padres. Estábamos a punto de llegar al Centro, donde observé a un gran grupo de guardias en la entrada, con armas en alto impidiendo que entráramos, sin embargo, Conan parecía tener otros planes. Divise de lejos la estatua de mis padres con pesar; me sentía demasiado lejana a la chica que era cuando ellos aún vivían.

Conan cambió su dirección y fue hacia la derecha, jalándome con fuerza, para entrar en un pasadizo demasiado angosto entre dos edificios viejos que no distinguí, al lado del Centro. Los Dorados ya casi nos habían alcanzado pero por nuestra suerte, ellos eran demasiado anchos para poder andar por el pasadizo. Observé que uno de ellos alzó su arma hacia nosotros y disparó-a pesar de que le dijeron que no lo hiciera-, pero justamente en ese momento dimos una vuelta y el impacto del disparo lo recibió la pared que acaba de pasar hace un segundo. Se me pusieron los vellos de punta.

Salimos del pasadizo angosto y sorprendentemente entramos al patio del Centro, la parte de atrás, donde había un jardín, estaba el cuartel de la Legión Dorada y detrás las naves.

—Vamos por una nave.

—¿Vamos a robar una nave? —le pregunté atemorizada, no quería hacer nada que me convirtiera en una criminal.

—¿Qué crees? —preguntó retóricamente y me miró seriamente, intimidándome.

—¿Ya me puedes soltar la mano? —quise saber mientras avanzábamos velozmente hacia las naves; me pareció extraño que no hubiera ningún Dorado en el cuartel.

—No.

Una vez estuvimos enfrente de una nave del montón, Conan presionó un botón bajo la compuerta y esta se abrió lentamente, posicionándose de una manera en la podíamos subir por ella a la nave. Conan me guió adentro de la nave, en la que se encontraba equipo de los Dorados como armas, armaduras, espadas, láseres, entre cosas que no les preste atención.

Conan se dirigió hacia la cabina de pilotaje de la nave, llevándome junto con él de la mano, en contra de mi voluntad. Observé de reojo que presionó varios botones que se iluminaron de colores radiantes, subió y bajo palancas, y de repente vi que la luz y el motor se encendieron, permitiéndonos despegar.

Me le quedé viendo a Conan con una ceja encarnada, dudaba en que supiera pilotar una nave ya que no se veía muy seguro de sí mismo, pero cuando hizo contacto visual conmigo me sentí obligada a apartar la mirada, un poco intimidada.

—¿Qué ves? —espetó de mala gana.

—Nada —le respondí en tono grosero sin verlo directamente, mientras intentaba zafarme de su mano, pero no me dejaba.

Se fue hacia la compuerta jalándome junto con él, sin embargo, los dos nos detuvimos cuando divisamos al señor Blanc y a Brian afuera de la nave. El primero nos observaba con repugnancia, pero Brian solo me observaba a mí con las cejas arqueadas; deseé con toda mi alma poder abalanzarme a abrazarlo, pero a pesar de que Conan ya había soltado mi mano, me fue imposible moverme. Estaba paralizada del temor.

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