23

59 12 0
                                    

¿...?

Ambos habían retomado el camino después de ese ligero intercambio de palabras, Shinichiro intentó aligerar un poco el ambiente, pero al ver el rostro de Takemichi entendió que lo mejor era quedarse en silencio. Parecía tener mucho en mente.

Él podía ver su casa a lo lejos, eso le preocupaba, que la situación que lo dejó en el hospital se repitiera. No confiaba en sí mismo, y ese lugar sabía que ya no lo consideraría un hogar. El miedo lo abrumaba, no sabía qué hacer, pues no podía hablar.
El nudo en su garganta le impedía pronunciar palabra alguna, sus ojos volvían a acumular lágrimas en ellos. Tembló ligeramente y por inercia se abrazó a sí mismo, no sabía si por el frío o para consolarse.

El pensamiento de sentirse solo no lo dejaba en paz, no le permitía disfrutar de esos momentos donde era acompañado. La inseguridad lo carcomia, al igual que el miedo y todas esas emociones reprimidas.
No, no solo eran los pensamientos los que le prohibían sentir, él y las demás personas, todos.
Parpadeo un par de veces, expulsó las lágrimas y entreabrio sus labios inhalando y exhalando. Volvía a sentirse miserable, solitario, abandonado, ridículo, inútil... Volvía a sentirse él mismo, ese que había abandonado por un tiempo cuando era niño.

Estaba regresando a ser ese débil e inservible niño, ese niño que fue abandonado por sus padres y criado por una anciana, ese niño que lloró aún si era prohibido. Claro, se odiaba tanto, lo sabía, tenía en claro que si hubiera seguido las reglas y se hubiera hecho un hombre insensible como su padre, nada de esto le pasaría.

Él no estaría en su vida de ser así...

Secó sus lágrimas con rapidez cuando se dio cuenta de lo tan cerca que ya estaban de su casa. Ambos se detuvieron frente a la puerta y en un suspiro Takemichi interrumpió lo que sea que fuera a decir el adulto. —Gracias por acompañarme, Shinichiro-san. Regrese con cuidado a casa.

Hizo una leve reverencia en forma de agradecimiento y despedida, levantó la cabeza observando al adulto mirarlo con preocupación. Nuevamente sintiéndose débil y vulnerable, no le gustaba para nada esa expresión.

—¿Estás seguro de estar aquí solo?– Preguntó, era genuino su interés en él.
Trató de sonreír para tranquilizarlo, una sonrisa triste que generó todo lo contrario a la paz en el Sano mayor, quien sin disimular un poco se acercó al menor.

—Takemichi, en serio, puedes confiar en mí— Su rostro se enserió —. Me preocupas, tú y tu bienestar. Si no te sientes bien aquí, siempre hay lugar en mi casa.

Hanagaki soltó un suspiro tembloroso, como deseaba aceptar, escapar e irse con él y Mikey.

—Muchas gracias, pero estoy bien— Logró pronunciar, entregó la mejor de sus sonrisas, o quizás la menos peor, y le dio la espalda para dirigirse a la entrada y tratar de abrir.

Shinichiro asintió no muy seguro y antes de irse dijo: —De todas formas, si lo llegas a necesitar, las puertas de mi casa siempre están abiertas para ti.

Fueron sus últimas palabras antes de irse, de dejar solo al antes rubio y marcharse a su casa.
El menor se detuvo un instante, quería correr detrás de él y aceptar, quería abandonar esa pesadilla que formaba parte de su casa. Tenía tanto miedo de entrar, pero también tenía miedo de molestar a los demás.

Estaba lleno de temores, su corazón no descansaba con el pánico que le creaba cada cosa. Abrió la puerta con dificultad y la cerró detrás de él después de entrar, se recargó en ella y se deslizó hasta el piso abrazandose a sí mismo.
Se encogió en su lugar tratando de darse calor, la casa era pequeña, pero no era cálida.

Mírame solo a mí  | Mitake [Pausada] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora